EN EL NOMBRE DE TRUMP


Por Johnson Centeno.-

Desde hoy, Donald Trump, se presenta oficialmente como el hombre que promete "salvar a América", con todo lo que ello implica para su propio país y para el mundo. En un giro que parece salido de una novela distópica, regresa al poder precedido de un discurso inflamado, cargado de promesas apocalípticas y soluciones milagrosas. Pero detengámonos un momento: ¿qué hay detrás de este culto "en el nombre de Trump"?

Uno de los pilares de su discurso mesiánico es su postura migratoria. Anunciando un estado de emergencia en la frontera sur, Trump planea convertirla en un verdadero campo de batalla. Su promesa de ejecutar la "mayor deportación en la historia de Estados Unidos" no solo revive su retórica más fundamentalista, sino que también refuerza la narrativa de miedo hacia los inmigrantes. Bajo la consigna de “América Primero”, el supuesto salvador de la nación parece olvidar que Estados Unidos se construyó gracias al esfuerzo de generaciones de inmigrantes. La receta de Trump no pasa por soluciones estructurales, sino reducido a la figura maciza de un muro —físico y simbólico— que separa a los "buenos" de los "malos", dejando de lado la humanidad de millones de personas. ¿Es esta la gran civilización de la nueva América?

En el frente económico, Trump regresa con su arsenal de proteccionismo extremo y desregulación, en una clara provocación a los cimentos fundacionales del mercado. Aranceles amplios y un enfoque casi obsesivo en la manufactura nacional intentan revivir una economía que, para muchos, ya no existe. Los empleos industriales no desaparecerán por la competencia extranjera, sino por la automatización y el dominio de la inteligencia artificial; pero en su mundo de espejismos, es más fácil culpar a un enemigo externo que aceptar las complejidades del mercado global.

Mientras tanto, su promesa de desregular sectores clave como la energía y las criptomonedas suena a música para los oídos de las grandes corporaciones, especialmente de sus financistas directos, dejando a los ciudadanos comunes y corrientes lidiando con las consecuencias: desigualdad económica, crisis climática y un sistema financiero más frágil que nunca.

A nivel global, Trump promete "fuerza y liderazgo", pero lo que realmente ofrece es una diplomacia basada en la intimidación y la unilateralidad. La posibilidad de nuevas sanciones a Irán y su intervención en el conflicto entre Israel y Hamas apuntan más a generar titulares que a buscar soluciones sostenibles. Igual con Venezuela. Este estilo ‘agresivo’ podría fracturar alianzas históricas y exacerbar tensiones en un mundo ya de por sí tambaleante.

Bajo su mandato, la institucionalidad internacional también podría sufrir. Con su desprecio por organismos multilaterales y acuerdos globales, el nuevo presidente no busca un mundo mejor coordinado, sino uno que gire en torno a su figura. Y así, "en el nombre de Trump", seguirá alimentando su propio mito. Elemental, mi querido Watson.

Pero quizá lo más alarmante sea su impacto en la propia democracia estadounidense. Su retórica polarizadora y su desprecio por las normas democráticas amenazan con erosionar las instituciones que sostienen al país, aprovechándose de la carta en blanco que le dio el pueblo estadounidense. Con el Congreso bajo control republicano, podría llevar adelante reformas que favorezcan a su base, profundizando las divisiones sociales y debilitando las salvaguardias democráticas.

Trump debe ser desmitificado desde un primer momento: no es un salvador; es un espejo que refleja las inseguridades y frustraciones de un país dividido. Pero también es un recordatorio de cómo el populismo puede disfrazarse de solución cuando, en realidad, es un camino directo hacia el caos.

Desde hoy, "en el nombre de Trump" se invocará una y otra vez para justificar medidas que profundizarán las desigualdades y aumentará la incertidumbre. Un hombre que supo capitalizar el desencanto de millones, que construyó su trono sobre el miedo y la desinformación no ha logrado observar más allá de lo evidente. Su retorno al poder no es una victoria, sino un síntoma de un sistema que necesita urgentemente una renovación.

¿Será Trump el autor de un nuevo orden mundial o simplemente el presentador de la próxima temporada de este reality show político? Lo cierto es que, entre tweets incendiarios y promesas grandilocuentes, el mundo seguirá en vilo, observando cómo la historia decide juzgar este capítulo "en el nombre de Trump".

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