LA POESÍA ROTA
El proceso de sancionar un nuevo texto constitucional en Chile tras las revueltas del 2019 no ha tenido un desenlace feliz en términos jurídicos y políticos con los resultados del plebiscito de ayer, que contó con una masiva concurrencia de no menos 15 millones de electores, arrojando un inobjetable 60% a favor de la opción “Rechazo”.
Los resultados indican a las claras que esta nueva experiencia constituyente no ha logrado cimentar en los ciudadanos una super estructura legal que consagre sus libertades y proyecciones más allá de las pretensiones ofrecidas en materia convivencial (la plurinacionalidad indígena), el reordenamiento legislativo (inclusión de las denominadas “cámaras regionales”), el sistema previsional y educativo, y la apuesta por los “derechos de la naturaleza”, que diversos sectores de la derecha y centro izquierda cuestionaron desde el inicio de las sesiones constituyentes, acusando una verborrea socialista, vacíos conceptuales y harta demagogia. La propuesta postpinochetista parece no haber calzado en el imaginario colectivo, y supone reescribir su historia inmediata, con todo lo que ello implica para sus principales figuras políticas, incluyendo el primer mandatario Gabriel Boric, quien arriesgó un importante caudal político por el “Apruebo”.
La visión moderna del pensamiento constitucional todavía guarda algunos cauces tradicionales del siglo XIII, en el sentido de limitar el poder del rey y ponderar los derechos y libertades de los ciudadanos; no obstante, el experimento chileno marca un nuevo rumbo en la forma y fondo de esta discusión, en un contexto altamente politizado (especialmente no solo por la vigencia de los partidos políticos, sino por el surgimiento de colectivos y protagonistas de incuestionable legitimidad), influencia de las redes sociales, emergencia sanitaria y una crisis mundial por el reordenamiento de los nuevos hegemones geopolíticos. En este orden de ideas, Chile se atrevió a agendar propuestas que otros países más desarrollados no han terminado de razonar, pero que su población ha exigido sostenidamente desde la vuelta democrática de los 80 del siglo pasado.
Así, Chile ha demostrado que su éxito económico de los últimos treinta años no basta para seguir escalando en la modernidad y en la integración de sus pueblos, y que su clase política y empresarial puede enfrascarse en una discusión que involucre su visión del mundo y el bienestar de las presentes y futuras generaciones.
La revolución paritaria de la constituyente y sus más de 380 artículos en 178 páginas, que la pintaban como uno de los textos constitucionales más extensos del planeta, no han sido suficientes en este cometido, y habrá que sacar lecciones artículo por artículo si se tiene vocación de perdurabilidad. Abona en ello las lecciones del profesor Lucas Verdú cuando proclama evitar la desustancialización del texto constitucional atizada por la formalización y la tecnificación en los procesos constituyentes, alejándolas de sus fundamentos iusnaturalistas o modismos exegéticos.
Que a eso sepa la nueva poesía.
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