EL EROTISMO MOCHE Y UN ALCALDE LIBERTINO
Los huacos eróticos de los mejores ceramistas del antiguo Perú siempre han sido citados con discreción por la educación tradicional, incluso la academia no ha llegado a explotar debidamente el punto “G” de sus motivaciones manifiestamente sexuales, a pesar de exhibir en sus prácticas una gran inventiva carnal mucho antes de la llegada de los españoles. De un tiempo a esta parte, su primera autoridad local se ha propuesto asaltar sin lubricante los ritos moches, ventilando en los medios su obsesión por los penes erectos, el dióxido de cloro y la peliculina.
El erotismo precolombino tuvo una serie de manifestaciones de gran nivel representado en las tradiciones orales, la música, las danzas y, especialmente, en los denominados ‘huacos eróticos’, irrefutables muestras de la cosmovisión y desarrollo cultural de los alfareros mochicas, junto con su arquitectura, metalurgia y estructura social. El erotismo solo puede alcanzarse después de subir varios peldaños en la dinámica social y la interacción entre los sexos, por eso resulta una vulgaridad denominarlos impropiamente “huacos pornográficos”, máxime si consideramos que constituyen solo una pequeña fracción de la totalidad de los ceramios mocheros.
La contemplación de nuestros antepasados ha dado lugar a una exquisita puesta en escena de sesiones sexuales dedicados no todos a la fecundación (como gustaban calificar los arqueólogos censores del siglo pasado), sino además a la masturbación, la sodomía, la felación, el sacrificio, la necrofilia, el incesto, la zoofilia, entre otras categorías y poses que seguramente ruborizarían a la misma Lucrecia Borgia. La diversidad en las prácticas coitales, probablemente sea también una muestra del aprendizaje en las tramas sexuales para los moches, de ahí que en las vasijas se vean representados sin pudor diversos niveles hipersexuales a partir del dominio anatómico, estético y contextual. La mayor parte de esta colección reposa en el Museo Larco Herrera de Lima, un tiempo conocido como “Museo erótico” o “Museo secreto”.
Con la publicación de Checan: ensayo sobre las representaciones eróticas del Perú precolombino (1965), de don Rafael Larco, se da un primer vistazo orgánico a estas manifestaciones eróticas como el clímax de este tipo de representaciones del antiguo Perú, subrayando desde entonces no solo el esplendor artístico de los mochenses sino su profundo conocimiento de la genitalidad humana, equiparables a verdaderos retratos sicológicos. Esta es por tanto, solo una dimensión de la visión artística de una de las culturas más avanzadas en la costa norte del país, cuyo legado no deja de sorprendernos no solo en el terreno de la sexualidad, sino en sus construcciones, protocolos de guerra, sensibilidad y sus infinitos desafíos sobre la costa bendecida del Perú.
Dedicar más de dos metros antiestéticos a un ceramio de estas características está en directa proporción a una ignorancia supina de alguien que no entiende —no puede— el legado mochica en todas sus dimensiones, y se zurra en un pueblito contemporáneo que lo celebra a carcajadas, que permite que este retaco le meta vulgarmente la mano al culo y a su presupuesto.
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