UN NOBEL EXPIATORIO


Por Johnson Centeno.- 

Y otra vez el nobel peruano, Mario Vargas Llosa, agitó el gallinero tan pronto pisar suelo patrio, siempre en un contexto muy distinto al que vivió en sus años formativos, cuando aprovechaba todo a su alrededor para edificar, con inteligente paciencia, su carrera de novelista. Y de político. 

Desde hace mucho antes de recibir el más prestigioso galardón literario del planeta, Vargas Llosa ha pisado fuerte en cada escenario donde se ha presentado, sin ruborizarse por la franqueza de sus palabras o la consecuencia de sus convicciones, lo que lo ha convertido a pulso en un protagonista de su tiempo y en una de las principales voces políticas de habla hispana. 

Esta vez, sus motivos peruanos incluían un viaje a Arequipa y el honor de inaugurar esta nueva versión de la Feria Internacional del Libro de Lima, donde homenajearán su “universo creativo”, entre otros eventos académicos. 

Pero como a ciertos buenos escritores —no a la mayoría, me temo, pues muchos escribas nunca tienen la resonancia de sus palabras, por mucho que se esfuercen en sus foros localistas, sean de izquierda o de derechas—, a la buena salud en la profanación de historias les sucede la reflexión terrenal en torno al arte de la conducción de una sociedad, esto es, el deber cívico de alzar su voz sobre los bandos que persiguen controlar el poder, y esto no es sino un genuino y característico ejercicio de visión política, aunque no la persiga en sus fines más primitivos. 

Para responder a las masas ha decidido reconocer finos errores en su ejercicio analítico de auscultar a los últimos presidentes de este país, acusados de robar los dineros de la gente que una vez los eligió bajo una serie de artimañas jurídico empresariales. “Recomendé todos los presidentes que hoy son acusados de ladrones”, ha dejado dicho en uno de los estrados de la Feria, flanqueado por Andrés Oppenheimer y Carlos Alberto Montaner, refiriéndose a Toledo, García, Humala, PPK. “Quién iba a imaginar…”, ha sido su elegante fórmula para repasar las tropelías de cada uno de los pillos presidenciales, arengando que en todos estos casos había que elegir el “mal menor”, especialmente si al frente se tenía la continuación de la “putrefacción del fujimorismo”. En todos aquellos escenarios, ergo, don Mario, está convencido que nos hubiera ido mucho peor como país. Y esto es harto discutible, por supuesto. 

Que sus ahijados o patrocinados hayan decidido saquear el país una vez en el poder, de pronto, como un fiel reflejo de lo que piensa el ciudadano común de lo que es la gestión política de estos pagos, no es, efectivamente, culpa inmediata del nobel peruano. Pero sí es un magnífico chivo expiatorio para culparlo por nuestros errores en cada elección, en un contexto donde la representación política es un desastre, la ética pública es un discurso de viejas, y donde los jóvenes no saben a dónde mirar por falta de referentes honestos. Agregue a ello un presidente más preocupado en sobrellevar su futuro incierto, antes que demostrar una gestión modernizante e inclusiva. 

Vistas así las cosas: ¿Quié es el culpable de nuestras desgracias?, ¿Vargas Llosa, un escritor que no ha dejado su oficio y ha donado su biblioteca al Perú y se emociona con cada jornada en su honor, sin proponérselo, y que solo se atreve a recomendar a alguien en coyunturas dificilísimas para los peruanos? 

¿Es usted tan susceptible para dejarse guiar como un perrito faldero por quien le señale el camino? ¿Y qué hubiera pasado si Vargas Llosa recomendara solo a perdedores o candidatos de oscuros financiamientos? ¿Votaría por ellos y luego lanzaría diatribas como lo hace hoy en día, sobre una realidad que apenas se conoce la punta del iceberg? ¿Es Vargas Llosa, a la postre, el pensador liberal al que usted se encomienda cada noche tras su padre nuestro? 

El mismo nobel afirma donde va que no puede haber un desarrollo social sin cultura, y no se cansa de subrayar la educación como una tarea pendiente en el país, pues es algo que todos pasamos por alto, especialmente por quienes luego son elegidos por sus propios votos, y que es el caldo de cultivo de nuestro círculo vicioso nacional de apedrear a quien se atreve a levantar la voz: “sin el esfuerzo intelectual que exige la lectura", dice, "nuestro espíritu crítico se adormece” y la sociedad se vuelve “más manejable y susceptible al engaño”. 

Amén.

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