MORIR DE PIE
Por Johnson Centeno.-
Tras la muerte de AG, muchas preguntas quedarán sin respuesta en torno al manejo de los fondos públicos de una nación que le confió su dirección por partida doble, en el marco de una vida dedicada a la política tal como lo aprendió de Haya de la Torre, de sus libros de cabecera, pero especialmente de sus propios demonios.
El suicidio no es un camino típico para sortear los problemas, evidentemente; en el ejercicio político se ha practicado en situaciones límites donde frente al acecho del enemigo no hay otra opción, y este sirve más para enrostrarle, en su último aliento, la filudez de su “honor”, su ego desmesurado o una imaginaria invitación al salón de los inmortales.
¿Constituyen situaciones límites una investigación fiscal que ha venido progresando en hallazgos y comprobaciones, la caída de sus más cercanos colaboradores, notoria desconfianza ciudadana y un partido que —por su propia obra— se venía cayendo a pedazos? ¿No es acaso que un militante aprista sabe morir de pie, como afirmaba León de Rivero, más aún conociendo los instrumentos jurídicos que le permitirían salvar su apellido en los tribunales, y explicar su cuantiosa fortuna cosechada desde que dejó el poder en su primer gobierno? ¿Dónde quedará su rimbombante frase “Otros se vendieron, yo no”, que hoy será tímidamente articulada en sus coros funerales?
No nos dejemos engañar. Los verdaderos mártires apristas sufrieron destierro, persecución a mansalva, y fueron asesinados ellos o sus familias. La historia aprista no registra suicidios frente a una afrenta judicial, así fuera el diablo quien la comandara, y no hay derecho para reclamar un sitial junto los hacedores de sus doctrinas en el campo, lejos de las comodidades materiales o conferencias millonarias que el viejo Haya jamás habría aprobado.
He ahí pues las diferencias con aquellos nobles dirigentes en diversas partes del norte peruano, que no claudicaron en sus convicciones y cuyos nombres son apenas reconocidos por los libros apristas solo porque no tuvieron el verbo para endulzar a las serpientes. Aquellos que ensombrecen la dirigencia de un partido o movimiento político tienen bien ganado el exilio en la memoria del pueblo al cual se deben, y no merecen procesiones ni urnas de Estado.
No sé cuánta lucidez haya en la decisión de quitarse la vida, pero su esencia es la escapatoria frente a una turbación de magnitudes colosales que gatillan tal fatal decisión. Freud sostenía que esta acción no es sino un desenlace de conflictos psíquicos, y corresponde explicar el carácter del acto y de qué modo el suicida pone fin a la resistencia contra el acto suicida. Por eso no me cabe duda que AG haya estado maquinando su desenlace en los últimos meses o quizá años.
Por eso no es casualidad que el suicida vaya dejando pistas de cara a la consumación de su muerte. AG, en entrevistas concedidas la noche anterior, dejó patente sus devaneos supraterrenales e hizo claras referencias a su afiebrado encuentro con la historia. Muy a su modo nos anunciaba su último juego, y se jugó la última carta.
No supo morir de pie.
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