TRUJILLO CALIENTE (*)
Por Johnson Centeno.-
Quienes fundaron Trujillo lo hicieron entre otras cosas por la caricia de sus olas, su clima de ensueño y el sortilegio que despierta una estación donde los cuerpos se liberan, las pasiones se animan y la felicidad brilla en los rincones solariegos donde ahora todavía se prepara un ceviche de pescado blanco, se escucha música criolla y se celebra la marinera.
Con los años el Fenómeno climático de El Niño nos ha traído varias sorpresas que no paramos de asimilar, especialmente un calor abrazador que no admite concesiones, y unas insolentes precipitaciones que terminan en las primeras planas de los periódicos.
Uffff, calorazo, dí?… es la frase más recurrente si te aventuras en horas punta por la avenida España y alrededores. Tuvimos un verano caliente que requemó la ciudad, que no obstante sabe a redundancia, y que felizmente despoja las prendas femeninas atenuando cualquier cambio de humor trujillense, mortificado por autoridades incompetentes que prefieren celebrar su cumpleaños, inseguridad ciudadana y pistas de embauque. Sí, porque lo mejor de esta ciudad siguen siendo sus mujeres, sí señor, y nada como una mujer que baila su marinera: Mi trujillana/ Palangana como baila/ Trujillana tenía que ser… como es escribió el maestro Juan Benites Reyes.
Con todo y desgracias queda espacio para el buen vivir, para una escapada a Moche en busca de la sopa teóloga y su chicha blanca o color ladrillo. Moche ha perdido ya mucho de su encanto desde que era la despensa de esta noble ciudad, pero aún conserva algunos paisajes y rituales de antaño.
Huanchaco es la otra alternativa si es fin de semana. Se podría decir que su oferta turística ha mejorado, y aunque siempre hay que tener los ojos bien abiertos, vale visitarlo a la hora del sunset en busca de los caballitos de totora, y tomarte la foto perfecta para el face. Click!
Si te asustan los titulares vespertinos de mi ciudad puedes quedarte en el centro cívico luego de una buena charla en la Plaza de Armas, meterte a un cafecito de Pizarro o probar los helados del viejo El Chileno, que tampoco son lo que eran, vamos, pero sirven para reanimarte el gusto y planear el próximo circuito por las casonas coloniales, siempre cuidando el paso (no vaya a ser que una se te venga encima).
Ah, y si el tráfico te traslada a un infierno del fin del mundo y amenaza con destruir tus oídos, relájate, es hora de visitar las iglesias trujillanas que siguen siendo las más lindas del norte del Perú; no sé si realmente viva Dios en cada una de ellas, siempre lo he dudado, pero la paz que te comparten es una bendición frente a los demonios del transporte.
Como ves, siguen siendo muchas las razones para preferir Trujillo en esta época del año, con todo lo bueno que todavía nos falta; así que afina tu hoja de ruta, pide tu raspadilla con buen jarabe y échate a andar…
(*) Publicado en la Revista de Turismo Trota-mundo 25. Lima.
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