¡MARCHAS SÍ, KEIKO TAMBIÉN!
Por Johnson Centeno.-
Marcha, plantón, movilización, levantamiento, llamado, convocatoria, emplazamiento, parada; cualquiera que fuere el sustantivo designa a un grupo de personas que alza su voz para protestar contra algo o alguien, generalmente vinculado al manejo de la cosa pública en sentido lato.
Estos días se ha ingresado a un nuevo capítulo de las elecciones generales donde la concentración en las plazas ha mostrado su lado más reaccionario y democrático a la vez. Porque estos espacios, vamos, nunca fueron concebidos para la protesta cívica, sino para el compartir civilizado de naturales y forasteros, cuando no había televisión ni redes sociales.
Esta semana hemos visto en directo el ensañamiento contra una candidata cuyo mayor pecado es llevar el peso de un apellido que solo muestra —o eso es precisamente lo que algunos quieren que veamos— ignominias y bajezas contra el propio Estado y el pueblo peruano.
Keiko Fujimori no es mi candidata ni cagando, aclaro, y creo que no votaría por ella bajo ningún supuesto; sin embargo, defiendo su derecho al uso de espacios públicos para fines proselitistas, como lo hace el más modesto de los candidatos. Defiendo, igualmente, las marchas estudiantiles, de pulpines, dinosaurios, amas de casa y figurettis de toda laya que acuden a las marchas a tomarse un selfie para colgarlo de inmediato en su face y presumir de su talante democrático.
La democracia, por si alguno lo ha olvidado, es el respeto por las ideas del otro. Si alguien no piensa como tú lo peor que puedes hacer es apedrearlo para callarle la boca, o avasallarlo si eres mayoría, como hicieron los fujimoristas en sus capítulos más oscuros. Responder con la misma moneda. Eso es antidemocrático. Llamar “terruco” al que sale a las calles es igualmente condenable y estúpido.
Desde los revolucionarios franceses y sus declaraciones universales, mucha agua ha corrido bajo el puente en términos de insurrecciones y turbulencias, y muchos derechos se han ganado a costa de muertos y heridos en las plazas públicas. Conforme se ha venido asentando el Estado de Derecho, ha surgido un circuito de instituciones que plantean las reglas de juego para evitar mayores desmanes y quebrar la institucionalidad. La precariedad institucional está directamente relacionada con las activaciones sociales, tal como se vivió en el Perú el año 2000 con los ‘Cuatro Suyos’, ¿o ya te olvidaste, chibolo pulpín?
Si tan ‘democráticos’ somos supuestamente ¿por qué no hicimos marchas contra el señor Acuña y familia en sus mejores momentos donde le llegaba altamente las reglas de juego?, ¿por qué no salimos rabiosos contra el ‘experimento Guzmán’, que estuvo a un pelo de pasar a segunda vuelta inflado por los mass medias?, ¿por qué no marchamos hoy contra el señor Fuad Khoury, que se la lleva fácil y se da el lujo de escribir sobre un posible “antídoto contra la corrupción” en La República, mientras las ratas se le escapan de las manos?, ¿por qué no marchamos contra el doctor Távara y cía., quienes son en buena cuenta, junto con el Congreso, responsables de esta incertidumbre electoral y están pasando piola?, ¿por qué no marchamos contra el señor Beto Ortíz y su programa ‘El valor de la verdad’ donde se ventilan las miserías humanas y donde el rating es sinónimo de cuán homosexual eres, cuánta coca te has metido o cuánto has traicionado?
Propiciar las marchas a nivel nacional puede ser un arma de doble filo, justo cuando estos días debe decidirse la viabilidad de la candidatura fujimorista de parte del JEE; si Keiko es expulsada del juego, se estará ignorando un tercio del electorado que considera que la hija del Chino nada tiene que ver con los delitos de su padre y ha logrado poner a raya a varios delincuentes que anidaban en su movimiento.
Esta dualidad reaccionaria y democrática en los escenarios públicos nos plantea el reto de no viciar el proceso más allá de la singularidad de lo que significa una campaña política en el Perú, y la de no caer en el juego de los verdaderos azuzadores que desde el lado oscuro miran con sorna que las viejas revueltas que los llevaron al poder, son el perfecto caldo de cultivo para su impunidad.
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