CUANDO EL PUEBLO LADRA, ESCÚCHALO
Hace 400 años, un hombre tuvo la receta del buen gobierno y la salvación de su pueblo. La redactó Don Quijote de la Mancha, casi al final de sus andanzas de locura y pasión. Sancho Panza acababa de asumir como gobernador de la ínsula de Barataria y la incertidumbre le hizo cosquillas en la barriga.
Hasta que llegó esa carta bien inspirada, con consejos que aquí se transcriben: “Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas, Sancho, entre otras has de hacer dos cosas: la una, ser bien criado con todos, y la otra, procurar la abundancia de los mantenimientos; que no hay cosa que fatigue más el corazón de los pobres que el hambre y la carestía”.
“No te muestres, aunque por ventura lo seas -lo cual yo no creo-, codicioso, mujeriego ni glotón, porque en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te darán batería”, advierte el hidalgo y sigue: “Sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios. No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos extremos; que en esto está el punto de la discreción. Visita las cárceles, las carnicerías y las plazas, que la presencia del gobernador en lugares tales da mucha importancia”.
“Escribe a tus señores y muéstrateles agradecido; que la ingratitud es hija de la soberbia y uno de los mayores pecados que se sabe”, sugiere y firma “Tu amigo Don Quijote”.
Cuenta Cervantes que Sancho suspendió por 15 días a una vendedora de avellanas que, entre las nuevas, escondía nueces viejas. Fue su primera sanción moral. No se sabe si aplicó las otras reglas. Sancho no sabía leer.
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