CANDIDATOS VAGOS



Según Ipsos, la aprobación presidencial cayó al 17% en junio. Los medios lo tratan como una catástrofe, pero en el Perú es normal. Al terminar su cuarto año en la presidencia, Alejandro Toledo estuvo en 13%; Alan García (que gozó del boom económico y medios más cordiales) estuvo en 27%.

Los presidentes peruanos son los más impopulares de toda América Latina. Entre 2002 y 2013, la aprobación presidencial promedio en el Perú fue 28%, comparado con 47% en Ecuador, 49% en Bolivia, 51% en Venezuela, 52% en Argentina y México, 56% en Chile, 63% en Brasil, y 65% en Colombia (datos de Latinobarómetro).

La impopularidad de los presidentes peruanos se debe a varios factores (entre ellos, la debilidad del Estado y la falta de políticas redistributivas), pero hay uno muy básico: gobiernan mal. Carecen de reflejos políticos. Parecen sordos. No comunican. Se aíslan. Además, mienten. En otros países, los presidentes cumplen, por lo menos en parte, con sus promesas electorales. Uribe prometió mano dura y cumplió; Bachelet prometió reformar el sistema educativo chileno y lo está haciendo; la izquierda en Bolivia, Brasil, y Uruguay prometió políticas más redistributivas y cumplió. Los presidentes peruanos, en cambio, se olvidan de sus promesas electorales. Casi no hay relación entre lo dicho en la campaña y lo hecho en el gobierno. Como habrá comprendido Humala, la traición electoral trae costos políticos.

¿De dónde viene tanta ineptitud (y no es solo Humala. La sordera de García le va costar la presidencia en 2016)? En parte, surge de una oposición que es poco más que un conjunto de candidatos presidenciales de baja calidad.

En otras democracias, los aspirantes a la presidencia trabajan en la arena pública durante los años previos a la elección. Muchos gobiernan. En Argentina, los candidatos principales para 2015 son el gobernador de Buenos Aires (Daniel Scioli) y el alcalde de la ciudad de Buenos Aires (Mauricio Macri). En México, Enrique Peña Nieto fue gobernador del Estado de México antes de postular a la presidencia. Tabaré Vázquez gobernó Montevideo antes de buscar la presidencia de Uruguay. Henrique Capriles, el candidato anti-chavista en Venezuela, es gobernador del estado de Miranda.

Otros presidenciables hacen oposición parlamentaria. Fernando Henrique Cardoso fue senador antes de postular a la presidencia de Brasil. José Mujica y Barack Obama también fueron senadores.

Algunos políticos, como Lula y Evo Morales, llegaron a la presidencia después de décadas de trabajo en la construcción de movimientos sociales.

Estos años de trabajo en la arena política ayudan a prepararse para gobernar. Como gobernador, alcalde, senador, o líder sindical, uno enfrenta problemas reales y toma decisiones importantes. Tiene que atender a las demandas concretas de la gente y los grupos de interés. Tiene que pensar seriamente en las políticas públicas. Y tiene que rendir cuentas –en muchos casos, el electorado. No puede bailar solo: tiene que negociar, cooperar, y construir coaliciones.

Esa experiencia previa mejora la calidad de los candidatos –y los presidentes. Los candidatos que han estado enganchados en la arena pública antes de ganar la presidencia suelen ser más experimentados y más capaces a negociar, cooperar, y forjar las alianzas necesarias para gobernar.

En el Perú, en cambio, los principales candidatos presidenciales son vagos. No gobiernan nada. No están en el Congreso. Tampoco están en la calle, construyendo movimientos sociales. Están en Stanford, en Twitter, o en campaña. Dirán que están renovando a sus partidos o viajando a provincias para hablar con la gente, pero en realidad, están esperando la próxima elección.

Piensen en las últimas elecciones presidenciales. ¿Qué hicieron los principales candidatos entre 2006 y 2011? Toledo estuvo fuera del país. Volvió de Stanford a finales de 2010 para lanzar su campaña presidencial. ¿Debe sorprender que estuvo un poco “out of touch”? Humala, que quedó segundo en 2006, pasó los cinco años preparando su próxima campaña presidencial; Keiko fue congresista, pero participó muy poco en el labor legislativa. Como Humala, se dedicó casi exclusivamente a preparar su campaña presidencial.

Lo mismo ocurre con los precandidatos para 2016. Toledo volvió de nuevo a Stanford. García se quedó y se dedicó a preparar su regreso a la presidencia; participa en política, pero solo a través de su cuenta de Twitter, donde inventa frases para que los apristas repitan como robots. La gran contribución de Alan al debate público durante los últimos cuatro años ha sido “re-elección conyugal”. Keiko también se dedica a preparar su campaña, pero lo hace en silencio. Sigue la estrategia del ‘Mudo’. PPK y Urresti también son candidatos vagos. El único candidato declarado que está enganchado en la arena pública es César Acuña, el dos veces alcalde de Trujillo y ahora presidente regional de La Libertad.

Los principales candidatos peruanos, entonces, son unos vagos. No gobiernan nada. No están en el Congreso. Enfocados en sus propias candidaturas, piensan muy poco en el bien público.

Los candidatos vagos dañan a la calidad de la democracia. Hacer “oposición” desde Stanford o Twitter, o callarse por cinco años esperando la próxima elección, no te prepara para la presidencia. Los candidatos vagos no tienen responsabilidades. Aislados en sus propias campañas, no tienen que cooperar, trabajar en equipo, o pensar en el bien público. Hablan (o hacen tuits), pero no tienen que escuchar o debatir. Y no tienen que rendir cuentas a nadie. Cuando tu responsabilidad principal durante cinco años es callarse o inventar frases de 140 caracteres, no te enganchas al mundo político real. No aprendes a negociar, debatir, o construir coaliciones. No aprendes a gobernar.

Los candidatos vagos corren el riesgo de convertirse en presidentes solitarios, sordos, y torpes. García y Humala fueron candidatos vagos y presidentes mediocres. Si Keiko gana en 2016, sería parecida.

¿Cómo evitar a los candidatos vagos? Los partidos políticos ayudan. También gobiernos provinciales y regionales fuertes (abolir la reelección para alcaldes y presidentes regionales fue una pésima idea). Y para acabar con los ex presidentes vagos, quizás una regla estilo EEUU: dos periodos en la presidencia, seguido por la jubilación obligatoria.


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