BIRDMAN (O LA TENTATIVA FINAL DE UNA ACTUACIÓN)


Por Johnson Centeno.-

De cuando en vez la industria norteamericana del cine da a luz una cinta respetable que arrasa con los premios independientes, que funcionan cual censores de toda esa mierda que sale de Hollywood: una purga que renueva la confianza en el séptimo arte hasta en los más incrédulos. ‘Birdman’ es una de ellas.

Precedida de auspiciosas nominaciones en los Globos de Oro y la todopoderosa Critics Choice Awards, buena parte de la crítica ha celebrado sin tapujos el regreso de Michael Keaton a la pantalla grande, considerándola como una de las once mejores películas del año pasado. La cereza en el pastel la puso la AFI (American Film Institute) cuando calificó la cinta como “un nuevo capítulo en la historia de la forma artística de la colectividad americana”. Se me antoja que esta secuencia de premiaciones pude dar lugar perfectamente a una segunda parte de la historia, siempre pisando fuerte entre la oscura realidad y la caprichosa ficción.

Confieso que cuando la ví no me levanté del asiento desde el primer minuto, saboreando cada toma, cada chispazo de humor negro, cada advertencia fantasmal de la conciencia del protagonista, hechizado además por el manejo de la cámara, que apunta una versión mejorada del ensayo ‘Elephant’, de Gus Van Sant (2012). Solo después pude ir al baño.

Riggan Thomson es un bueno para nada después de explotar la última pluma de un superhéroe llamado ‘Birdman’, a quien dedicó tres taquilleras películas hace un culo de años. Hoy está en el olvido, nadie lo reconoce, y su ego anda por los suelos. No obstante su desgracia, Riggan se juega su última carta: ha decidido, contra todo pronóstico, invertir hasta sus calzoncillos en la puesta en escena de una obra de Raymond Carver, con la cual espera recuperar su dignidada actoral, no en vano él mismo la ha adaptado, dirige y protagoniza. Pero esto no es Hollywood, vamos, es Broadway; aquí la ciudad tiene sus propias reglas y todo parece conspirar contra su estreno, empezando por una voz interna que le aconseja mandar todo al carajo.

Su director, el mexicano Alejandro Gonzáles Iñárritu (21 gramos, Amores perros, Babel), no escatima recursos para contarnos una historia desde una perspectiva cuasi fetichista, donde los pasadizos de un vetusto teatro newyorkino participan de las idas y vueltas de unos personajes complejos, quebrándose entre el amor, la adversidad, y la locura. ‘Birdman’, por tanto, es un lento y sabroso descenso a los ánimos más ingenuos del ser humano, un llamado a la puerta del reconocimiento esquivo, donde la única forma de ser libre es la misma muerte en forma de pájaro.

La coincidencia que muchos críticos han visto entre la vida del personaje y el mismo Michael Keaton no es un guiño gratuito. Su versión de Batman, bajo la dirección de Tim Burton, cayó pronto en el olvido, y se podría decir que desde entonces no ha levantado cabeza con algún personaje de fuste (salvo, creo, The Merry Gentleman, dirigido por él mismo) hasta este año que cumple 64 abriles. Incluso el mismo Gonzáles ha reconocido que su protagónico en 1989 pesó en su decisión de convocarlo para ‘Birdman’, y las sonrisas a muela pelada en la noche del Oscar confirman que no se equivocó. 

Con los bien ganados cuatro galardones a mejor película, mejor Director, mejor Guión y Fotografía, 'Birdman' fue la cinta de la noche, y confirma el buen momento de los mexicanos en dirigir a gringos en películas de culto (el año pasado, Alfonso Cuarón se convirtió en el primer latinoamericano en llevarse un Oscar en dirección, por Gravity). Como no podía ser de otra manera, Gonzáles Iñárritu, recibió la estatuilla pidiendo un mejor gobierno para México y un trato igualitario para los inmigrantes en Estados Unidos. Bravo!




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