EL CANDIDATO IDEAL


Por Johnson Centeno.-

Todo hace suponer que las próximas elecciones en Trujillo y La Libertad estarán marcadas en su mayoría por la mediocridad, la guerra sucia, y la intromisión del hampa y el narcotráfico en las listas electorales. Frente a ello, un periodismo acobardado, convenido, y un marasmo institucional que no se ha visto nunca: el tráfico de tierras en Chavimochic, por ejemplo, es sólo la punta del iceberg de una situación que estuvo en las narices de las autoridades desde el primer momento, y que ahora desenrolla un conjunto de personajes de diverso orden.

En este contexto singular, desempolvo un artículo escrito hace algunos años con la esperanza de que ayude, de alguna forma, a elegir mejor a las próximas autoridades políticas que nos gobiernen.

Todo proceso eleccionario que implique renovar, a través del sufragio popular, los cuadros dirigentes de quienes detentan el poder es de vital importancia para cualquier sociedad que aspire seguir los cauces democráticos. Además de los lineamientos o programas de gobierno, y la ética de quienes potencialmente pueden aplicarlos, debería, también, tomarse igual importancia a otros factores personales que les dan autoridad suficiente para llevar a cabo un programa de gobierno y no morir —políticamente— en el intento. Nos proponemos citar algunos.

Primero, conciencia de ser personaje público

La vida de un candidato estará expuesta inevitablemente a la evaluación del pueblo. El significado de este concepto pasa por asumir el compromiso de ‘sojuzgarse’ ante la opinión pública en asuntos relevantes de Estado hasta incluso en aquellos pedestres o casquivanos. Coadyuva en esta tarea el sano ejercicio periodístico sobre su limitada privacidad, amistades, familias, y formas de comportamiento una vez en el cargo y aún fuera de él. Naturalmente que es de igual modo deseable un proceder equilibrado y objetivo de parte de los medios de comunicación. En el plano internacional, valga traer a colación el caso del malogrado ministro laborista Ron Davis que, tras el destape de su homosexualidad, fue arrastrado su cuerpo por una prensa excitada y escandalosamente británica (Nuevas Inquisiciones. Piedra de Toque. MVLL, Caretas N° 1542). 

Segundo, intuición política

Tiene que ver directamente con la aplicación oportuna de los programas para alcanzar los objetivos propuestos. Y es que es insuficiente contar con un plan atractivo para los electores, pues se hace necesario una suerte de olfato que pinte al político como un visionario capaz de emprender la más audaz empresa en forma eficiente. Sirve, además, para descubrir a colaboradores oscuros y mal intencionados que buscan tozudamente el provecho propio, y que a menudo hormiguean las tiendas políticas.

Tercero, probada honestidad

Sin duda la mejor carta de presentación para cualquier candidato. Max Weber refería que “los que actúan en política luchan por el poder, bien para servir otros fines, ideales o egoístas, o bien como poder por el poder, es decir para disfrutar de la sensación que proporciona el poder” (La política como vocación. En: Ensayos de Sociología”, 1972). Con esto, el tratadista germano asume que la política bien puede servir para tareas nobles y dignas, además de necesarias, en beneficio de los más, pero desliza también la posibilidad de que este poder corrompa y se prostituya. Tal vez por ello volvió a decir que “hacer política es pactar con el mismo diablo”.

La cuestión deontológica, aun cuando la moral puede perfilarse de varias formas, no obstante, debería ser uno de los soportes de la actividad política, pues actuar sin normas morales no es amoral sino inmoral. Por ello la integridad de un candidato, muchas veces, resulta determinante a la hora de su elección. Debe asumirse que tan delicado atributo se mantenga antes, durante y después de ostentar el cargo y alcance a los principales funcionarios. A su vez, cabe mencionar el ideal del comportamiento ético entre quienes hacen la política al momento de confrontar sus ideas, y no dar por sentado aquello de que “la ley de la política es hacer al otro lo peor antes de que te lo haga a ti” (El mundo de Maquiavelo. Alan García. 1995, p.129).

Cuarto, Sensibilidad Social

Cuesta imaginarse a un candidato sin la debida disposición por recoger los reclamos, esperanzas y creencias de quienes le otorgarán su voto en las urnas. Tener esta aptitud importa conocer sus más elementales exigencias de vida, sin impostaciones ni poses hipócritas. Al final, la política “pretende conseguir objetivos valederos para toda la comunidad, mediante el ejercicio del poder público organizado” (Pablo Lucas Verdú citado por F. Miro Quesada Rada en su Introducción a la Ciencia Política, 1994, p. 31). No encuentro en realidad motor más efectivo para el desarrollo de las naciones que la relación sostenida entre gobernantes y gobernados a través de idóneos ‘vasos comunicantes’ que hagan posible una oportuna correspondencia entre lo que se quiere y lo que se puede hacer. 

Finalmente, gran nivel de inteligencia.

No es un desvarío mencionar este atributo como ideal para cualquier candidato, pues de lo contrario su capacidad se vería sensiblemente menguada tanto en su relación con el pueblo, grupos de poder y tiendas opositoras. Además, poseer un apreciable nivel de razón permitirá articular exitosamente la conjunción costo-beneficio en la administración de la cosa pública. Es más, si asumimos seriamente aquello de la ‘inteligencia emocional’ encontraremos a Goleman advirtiendo, no sin razón, de los peligros que acechan a aquellos que no logran dominarla. Así entendido, ¿debería entonces exigirse mayores requisitos, por ejemplo, para ser elegido congresista o presidente de la república? ¿Serían acaso, estos otros requisitos, garantía suficiente para tener una casta política de empuje, eficiente y honrada? Nuestras dos últimas constituciones requerían para estos cargos una edad determinada, ser peruano de nacimiento y gozar del derecho de sufragio. Puede entonces, en efecto, un analfabeto ser elegido congresista o llegar a ser jefe de Estado y personificar a la nación. 

Encontramos, en forma incidental, una iniciativa parlamentaria por la que se pretendía que, además de los requerimientos arriba enunciados, el candidato al congreso o Presidente de la República tenga “buena salud física y mental” (La reforma constitucional que el Perú necesita. Torres Vallejo, p. 31). 

Y es que tal vez no resulte tan descabellada la idea de exigir a los políticos y gobernantes someterse a una completa evaluación del trabajo de su mente y tener un cabal conocimiento de su funcionamiento cerebral, pues así se evitarían crasos errores en el ejercicio inconsciente del poder. A la postre, en gran medida, son ellos responsables de la vida presente y futura del país.


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