LA CAVERNA DE PLATÓN
Por Johnson Centeno
Hace unos días, saliendo de clase, una alumna de Derecho me preguntó qué utilidad podría tener en su vida la metáfora sobre La Caverna de Platón que acabábamos de tratar, y de pronto presentí que el viejo filósofo ateniense podría estar revolviéndose en su tumba.
Pero la pregunta no fue en vano. Probablemente refleja el sentir de alguna parte de los que ingresan a la Universidad con el fin de obtener un título a como dé lugar, o de aquellos que no están seguros de su perfil profesional, y consideran que el Derecho se ajusta a un amasijo de cuerpos legales. Lo primero no es novedad, aquí y en todas partes: buena parte de jóvenes se ‘enlistan’ en la Universidad con el afanoso deseo de obtener un ‘cartón’; incluso en postgrado se puede ver con mayor nitidez estas consecuencias del relajo en la adquisición de conocimientos, algo que —en términos teleológicos— no se inicia con la Universidad ni termina con ella.
De Trazegnies lo puso en claro en un artículo en El Comercio. “Aquí se viene a correr”, apuntó desde su indignación, para referirse a las nuevas “carreras” profesionales donde “da la impresión de que se trata de pasar corriendo por la universidad para sacar un título e irse pronto a buscar fortuna a la calle”. Las causales de esta ‘maratón académica’, no obstante, no es privativa de los alumnos que se matriculan en una determinada institución educativa, sino de estas mismas instituciones que, veladamente, propagan una promesa educativa de cuestionable nivel u ofertan verdaderas “carreras universitarias” como cebo de culebra. A esto hemos llegado con la maximización de los beneficios que permite el mercado educativo, incluso desde los colegios; por ello no sorprende los resultados de la última evaluación PISA.
En la Universidad me enseñaron que en buena cuenta el abogado de hoy era el filósofo de ayer, y así lo sigo creyendo: no hay otra carrera que reúna con tanto valor sistémico el devenir de las humanidades y las complejidades de la convivencia humana. Si divorciamos la filosofía de la disciplina del Derecho sería como separar el mar de sus arenas, el amanecer del canto de los pájaros, la tilde de su fuerza de voz.
El mito de la caverna platónica (La República, Libro VII), es probablemente la alegoría más célebre del mundo de la filosofía, y recrea las diversas exigencias y niveles del conocimiento desde la perspectiva del mundo sensible hasta los conocimientos logrados por medio de la razón, en un contexto dialéctico y conceptual que ha resistido el paso de los siglos, encontrándose alusiones a ella en las diversas manifestaciones de las ciencias y las artes (Huxley, Garder, Matrix, Murakami, Saramago, etc.). Por tanto, es un saber universal, y de pronto esto me exime de cuantificar la utilidad que representa para un ciudadano profesional o en formación. Recientemente, por ejemplo, como una muestra palpable de su gravitación, he encontrado algunas aplicaciones de ella en las concepciones del Marketing electoral (Barrionuevo, 2009), con todo lo que ello supone para el diseño del mensaje político de los candidatos.
Pero volviendo a la pregunta inicial, el estudio de La Caverna… representa acaso uno de los primeros escalones de un ejercicio intelectual que no ha de detenerse en cuestiones jurídicas y políticas (que por algo se enunció en una obra de esta naturaleza hace más de dos mil años), y será necesario que cada lector le encuentre la utilidad que representa.
Comparto lo que hasta ahora, mi amigo, el profesor Edilberto Espinoza, pregona en sus clases: que el buen hombre de leyes está obligado a conocer de Filosofía, Literatura, Poesía, Historia, Economía, Ciencia Política…, y si le sobra tiempo, debe leer algo de Derecho. Vale.
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