QUE VIVA LO ANTINATURAL
(Envío de Manuel Antonio Ledesma)
Por Juan Carlos Tafur.-
La homosexualidad no es natural, dicen los críticos del proyecto de unión civil y tienen razón: no lo es. No hay nada en la sexualidad homoerótica que tenga sustrato genético, biológico, natural. Lo que, sin embargo, parecen no saber nuestros ultraconservadores es que en la heterosexualidad tampoco.
Porque nada de la sexualidad humana es natural. El erotismo es, cabalmente hablando, la perversión del instinto (“per-versión” = “otra-versión”). Nada hay en la vida erótica humana que corresponda al instinto. Y felizmente es así. Debemos alegrarnos de haber podido superar esa prisión de los cromosomas y las células.
Si la sexualidad fuera natural (en el sentido de biológica), estaríamos condenados –literalmentea que los hombres tengan sexo con las mujeres exclusivamente para fines de procreación, solo en tiempos de celo y en una única e invariable ruta de hábitos y posturas, como sucede con los animales. Nada de caricias, hábitos pregenitales, oralidades, analidades, ni siquiera manualidades. ¡Y menos aún –son conductas terriblemente antinaturales-, excitarse por curvas, cueros, lencerías, colores, olores, posiciones, veladuras, juguetes, besos, versos!
La maravillosa explosión del erotismo radica precisamente en su capacidad de haberse desprendido por completo del instinto biológico, de romper límites y fronteras, de trasgredirlas con libérrima actitud (alguien escribió que la única ley “natural” que había que respetar rigurosamente en la cama…, era la ley de la gravedad). Traspuesto el dique biológico del sexo, se hace posible que el erotismo y las identidades sexuales adquieran carta de ciudadanía plena. Y en esa medida, tan “normal” como la heterosexualidad lo es la homosexualidad. Así de radical y así de real.
No hay trauma, disfunción, falla, desviación o defecto en los homosexuales. No hay, como no podría haber, investigación alguna que pueda acreditar ello. Es un disparate científico sostener algo así. Si no fuese por una serie de convenciones sociales y culturales que inciden, sin duda, en la identidad de género, la población predominantemente heterosexual sería porcentualmente la misma que la homosexual, con una amplísima franja de bisexuales o personas con capacidad de disfrute variado en el medio. A ello vamos, por más que los santones prediquen y abominen.
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