INTERNET, YOUTUBE Y “LA INOCENCIA DE LOS MUSULMANES”
Una vez más, Internet se
convierte en escenario de un crudo choque entre libertad de expresión y
discurso de odio, con graves ramificaciones políticas de por medio.
La película "La
inocencia de los musulmanes" pasó desapercibida cuando se estrenaba en
torno al mes de mayo de 2012 en una pequeña sala de California. No es de
extrañar: aunque confieso que no la he visto, sí que he tenido acceso a
críticas que la califican como pésima en calidad y lamentable por su mal gusto
(mayor motivo aún para no verla).
Sin embargo, como tantas
veces ha ocurrido en la corta historia de Internet como medio de masas, la
propia Red ha contribuido decisivamente a la propagación y salto a la fama de
contenidos que, en otras circunstancias, es muy posible hubieran pronto quedado
sepultados en el olvido: la razón es la presencia en la plataforma YouTube de
un trailer de la película de poco menos de 14 minutos.
Millones de personas que
profesan la fe islámica se han visto por su parte justamente ofendidas ante un
material que proyecta una imagen completamente distorsionada de su principal
figura religiosa.
Y aquí tiene su origen el
brutal e injustificable asesinato del embajador norteamericano en Libia y de
otros tres miembros del personal diplomático estadounidense en ese país, en el
asalto al consulado de los EE.UU. en Bengasi perpetrado la pasada semana.
Igualmente la infinidad de disturbios, muchos de elos violentos, sucedidos en
muchos países predominantemente musulmanes.
Ya se trata de un problema
mundial, que ha evidenciado la peor cara de la quizá mal llamada
"Primavera Árabe", y ante el que algunos de los principales líderes
de países islámicos (entre ellos algunos de los recién llegados a esa
"Primavera") han venido exigiendo a las autoridades estadounidenses
la retirada del trailer de la plataforma YouTube en su totalidad.
Esto es lo más
contraproducente ante situaciones de este tipo, pues el secuestro de la
publicación estimula el interés general por su contenido, lo que a su vez
espolea a terceros a diseminar el material, haciendo que su eliminación de la
Red resulte en la práctica imposible. En España tenemos experiencia al
respecto, a propósito de unas caricaturas de horrible gusto aparecidas en julio
de 2007 en la publicación satírica El Jueves: bastó la decisión judicial de
secuestrarlas, tanto en papel como en línea, para disparar el interés por
verlas y su consiguiente reproducción en cientos de webs de todo el mundo.
Por otro lado, poco puede
hacer el gobierno norteamericano, que en todo momento ha negado toda conexión
con la película, producida a titulo enteramente privado y posteriormente subida
en parte, también privadamente, a YouTube.
Todo ello sitúa el foco del
problema en Google, propietaria de YouTube, como es sabido.
De ahí que el
propio gobierno norteamericano fuera el que instara a Google a
"reconsiderar" hasta qué punto dichas normas resultan compatibles con
el mantenimiento en la Red del trailer.
Google ha replicado que, con
arreglo a esas normas, nada impide que el vídeo siga en linea. La norma que en
este caso sería de aplicación dice así:
"[En YouTube]
fomentamos la libertad de expresión y defendemos el derecho de todo el mundo a
expresar puntos de vista impopulares. Pero no toleramos discursos que fomenten
el odio (discursos que ataquen o degraden a un grupo por su raza u origen
étnico, religión, discapacidad, sexo, edad, condición militar o identidad u
orientación sexual)."
Y aquí empiezan los
problemas, típicos de las controversias jurídicas (aquí también políticas) que
tienen a Internet por medio.
Primero, porque esa norma
rige en principio para todo el mundo: he tratado sin éxito de encontrar matices
en función de idiomas o de Estados: si efectivamente existen, no estaría en
absoluto de más que Google hiciera más sencillo acceder a ellos.
Segundo, porque esa norma
única ha de aplicarse en cambio en países con culturas nacionales y políticas
de inmensa variedad, dada la accesibilidad global de YouTube.
De hecho, consciente de que
ese tipo de contenido encajaría con facilidad en la norma citada en países
islámicos, y quizás alarmado por los gravísimos acontecimientos hasta ahora
producidos, Google ha bloqueado el acceso al contenido en muchos de ellos (como
Egipto, Libia, Afghanistán). En otros, como India o Indonesia, porque así lo
exige su correspondiente legislación nacional.
Es probable que esa decisión
se hubiera adoptado igualmente si el origen del material estuviera en algún
país europeo. No en vano, un Protocolo adicional al Convenio sobre
cibercriminalidad de 2001 del Consejo de Europa, firmado en 2003, tipifica
conductas de racismo y xenofobia fácilmente asimilables a la que nos ocupa,
pues menciona la religión como su posible detonante.
El gran escollo está sin
embargo en los EE.UU., justamente el país donde la película se produjo. Google
es también evidentemente una empresa norteamericana, en tanto que es presumible
sea en servidores ubicados en ese país donde se alojen los contenidos.
Allí, el Tribunal Supremo ha
establecido una protección prácticamente universal de la libertad de expresión,
que únicamente excluye discursos peligrosos (gritar falsamente
"¡fuego!" en un teatro abarrotado), provocatorios (de una discusión o
riña violenta), subversivos, insultantes, y contenidos pederásticos u obscenos.
Así lo recuerda el profesor californiano H.R. Cheeseman, entre muchos otros.
Buena muestra de ello es
cómo los EE.UU., que firmaron y ratificaron el citado Convenio sobre
cibercriminalidad de 2001, no llegaron a firmar siquiera el Protocolo sobre
racismo y xenofobia de 2003.
En síntesis, y a la vista de
este contexto legal, no puedo dejar de comprender la actitud del Gobierno
estadounidense. Como también que Google no haya bloqueado el acceso al vídeo.
Uno y otro son bien conscientes de la dificultad de aplicar en su país una
cláusula sobre discurso religioso que en cambio es menos complejo poner en
práctica en muchos otros lugares.
No olvidemos que, si llevara
el bloqueo a efecto en los EE.UU., Google se arriesgaría incluso a ser
demandada por los autores y productores de la película, por posible violación
de su libertad de expresión. Sería un ejemplo más de la delicada posición de
los intermediarios como Google en la sociedad de la información, tantas veces a
caballo entre distintas acusaciones, en este caso de censura si cortan el
acceso, frente a connivencia con ofensas a los sentimientos religiosos, si
toleran su permanencia en YouTube.
Con todo, persisten mis
dudas. En primer término, porque las explicaciones dadas por Google para
justificar el mantenimiento del vídeo en YouTube resultan a mi juicio
insuficientes e incomprensibles: todo lo que la compañía alega para ello es que
el contenido "es contrario al Islam, pero no al pueblo musulmán". Sin
embargo, el Diccionario de Oxford (la explicación se ofreció en inglés) indica
que el Islam es precisamente "la religión de los musulmanes", siendo
además evidente que ese supuesto "pueblo musulmán" no tendría otro
vínculo de unión que esa propia religión, al ser el Islam un credo compartido
por cientos de millones de personas en múltiples países.
Por otro lado, si el
gobierno estadounidense ha pedido a Google que "reconsidere" su
decisión es porque estima que el contenido del vídeo resulta en el fondo
contrario a esas normas internas. De otro modo, se habría limitado a señalar
que, aunque deplora la película, la libertad de expresión le obliga a respetar
su difusión sin restricciones, al tiempo que habría evitado dirigirse a Google
en ningún momento. Aunque han hecho lo primero, es obvio que no han hecho lo
segundo. Más aún, han afirmado asimismo que en ningún caso está en sus planes
cercenar la libertad de expresión en el país.
En una palabra, las
autoridades norteamericanas comienzan a tener problemas para acompasar un entendimiento
enormemente expansivo de la libertad de expresión con conductas a mi entender,
y aparentemente al suyo, abiertamente abusivas de su ejercicio.
Modelos como el citado
europeo, sin embargo, hacen perfectamente compatible una lectura democrática de
la libertad de expresión con la limitación de abusos de este tipo.
Sería pues deseable que
Internet terminara actuando de detonante para una re-lectura de la libertad de
expresión en esa misma línea, tanto en los EE.UU. como en cualquier otro país
donde el discurso que incite al odio carezca aún de límites adecuados.
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