LA MAQUINARIA DEL CASTIGO

Por José Andrés Rojo.-

El 28 de octubre de 2007 el joven odontólogo Daniel Malakov fue asesinado en Forest Hills, un distrito residencial de Queens, Nueva York. Había quedado en un parque con su mujer, Mazoltuv Borujova, de quien estaba separado, para entregarle a Michelle, su hija de cuatro años: iban a pasar juntas el día. Un tipo se le acercó y le pegó dos tiros: uno en el pecho y otro en la espalda. Tres semanas y media antes, a Malakov le habían concedido la custodia de la niña. El juicio se celebró unos cuantos meses después del crimen, el 3 de marzo de 2009.

El fiscal contó que pocos metros antes de llegar al parque, y cuando la niña caminaba muy cerca de Malakov, apareció el asesino y disparó. En la versión de la madre, la niña corrió hacia ella y enseguida se puso a columpiarla. El padre se incorporó al juego. Ella la sujetaba por el cuello y los brazos; él, por las nalgas y las piernas. "Y de pronto noté el peso", contó durante el interrogatorio que le hizo su abogado defensor. "Noté que no podía sostenerla". Su marido la había soltado, se llevó la mano al pecho, se desplomó, estaba lleno de sangre. Cuenta Janet Malcom en Ifigenia en Forest Hills, Anatomía de un asesinato(Debate; traducción de Catalina Martínez Muñoz), donde realiza una minuciosa reconstrucción del caso, que Mazultzov Borujova no oyó en aquel momento los disparos. "Su descripción es como una película muda", escribe. 

Salió corriendo de allí con la niña, se la entregó a una conocida, regresó a ayudar al herido. Luego se lo llevaron al hospital donde murió y también se la llevaron a ella, en otra ambulancia, porque empezó a sentir náuseas y dolor de pecho. Janet Malcom, una de las periodistas estadounidenses que mejor ha sabido explorar y llevar hasta el límite las contradicciones propias de su oficio,muestra en su libro la enorme complejidad del juicio en el que Borujova fue acusada de contratar a Mijaíl Mallayev para asesinar a Daniel Malakov y las múltiples tramas de intereses que puso en juego. 

En un momento dado dice que unos familiares de la víctima le contaron su vida "quizá en la creencia, no del todo desatinada, de que los periodistas somos parte del sistema judicial penal; piezas pequeñas pero necesarias en su maquinaria de castigo". Y añade que el abogado defensor, Scaring, "lanzó un ataque furibundo contra la prensa por el papel que había desempeñado en su derrota". Para él, "la prensa había juzgado y condenado a los acusados" y, observa Malcom, "es cierto que los medios de comunicación hicieron suya la versión de la fiscalía". ¿Cómo? ¿No es justamente su misión la de distanciarse de las cosas para contarlas con la mayor objetividad posible? ¿Por qué se creyeron entonces una de las versionas de la historia, la de los acusadores? ¿Cuál es el papel del periodista? ¿Confirmar y agitar los prejuicios de la gente, y conseguir de paso más lectores, o mantener la cabeza fría y ser particularmente escrupulosos con la información, aunque eso pueda restarles audiencia en un caso cargado de dinamita? 

Los periódicos están llenos de juicios y de investigaciones judiciales. A ratos da la impresión de que solo los asuntos que conducen a alguien al banquillo de los acusados tienen relevancia. Y, en buena medida, la prensa actúa con la ligereza a la que ser refiere Janet Malcom (en la imagen) cuando habla delcaso Borujova. "El periodismo es una cuestión de confianza", explica. "Los periodistas no nos retorcemos las manos ni nos rasgamos las vestiduras ante los delitos y las tragedias sin sentido que nos proporcionan nuestras noticias. Explicamos y acusamos. Nos pronunciamos con certeza. Eh, tenemos al asesino. No os preocupéis. Podéis ir al parque. No os pasará nada". 

Lo habitual, sin embargo, es que no se tenga al asesino y que, por tanto, todos esos pronunciamientos rotundos se sostengan solo en una débil colección de pruebas, sospechas, prejuicios y maledicencias. Lo más relevante de la investigación de Janet Malcom es que no llega a ninguna parte. Es decir, muestra con extrema meticulosidad cómo son tantos los elementos que influyen en el juicio, y tan frágiles las pruebas, que no resultan convincentes los argumentos por los que finalmente se condenó por homicidio a Borujova y Mallayev. Lo que no significa, por otro lado, que pueda afirmarse que sean inocentes. Hay unos disparos y hay un hombre muerto. Y luego Malcom muestra cómo una endiablada trama de intereses y conflictos se van enredando a lo largo de la investigación y del desarrollo del juicio. Detrás de todo ese barullo de argumentos y de ataques se divisa a lo lejos a Michelle, la hija, la niña de cuatro años que es, al fin y al cabo, la verdadera víctima. 

Mazoltuv Borujova llegó a Estados Unidos procedente de Uzbekistán en 1977. Como su marido, y como el hombre que fue declarado culpable de asesinarlo, forma parte de la secta judía bujarí. Había estudiado medicina y cirugía en Samarcanda y obtuvo por oposición una plaza en el hospital de Brooklyn. Acaso una de las mayores cualidades de Janet Malcom como periodista sea su capacidad para atrapar los detalles. Nada se le escapa. La vanidad, el cansancio, la timidez o la codicia de unos u otros pueden llegar a inclinar la balanza hacia uno de los lados. "Vamos por la vida oyendo mal, viendo mal e interpretando mal para dar sentido a las historias que nos contamos a nosotros mismos", observa. También muestra cómo, en la sala, aunque "nadie puede ir con nadie", "todos lo llevamos en la sangre: tomamos partido igual que respiramos". Su libro trata, en el fondo, de lo importante que es la manera de contar las cosas y, por eso, es una dura crítica al periodismo más ruidoso y facilón. Frente a la tentación de dictar sentencia con ligereza para confirmar que es verdad lo que nos hemos ido contando siempre (nuestros prejuicios y valores), el desafío del periodista es siempre perseguir los hechos y los hechos y los hechos, aunque estos puedan terminar por darnos un disgusto al revelarnos que estábamos equivocados.

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