EN EL NOMBRE DE DIOS

Por Ramón Requena. Periodista (*)
La historia de la iglesia Católica, Apostólica y Romana es sobrecogedoramente apasionante; no en vano ha sabido acumular dos mil años de vigencia sobre la tierra. Este reinado tan prolongado –el mayor de la humanidad sin duda-, no ha sido sin embargo una secuencia solo de santidad y fe; todo lo contrario: ha manchado sus sotanas de sangre, barbarie, corrupción y traición por doquier, ‘valores’ que a pesar de que supuestamente contradicen su razón de ser, la hicieron fuerte e inmortal… hasta el día de hoy.
La semana que pasó, un cable de la agencia de noticias BBC nos advertía de una nueva rebelión que sacude los milenarios cimientos de la capilla de San Pedro que guarda a los purpurados. “Un fantasma recorre Austria. Un grupo significativo de clérigos está exigiendo cambios profundos en la iglesia Católica… a sólo semanas de la visita del Papa Benedicto XVI”.
Disidentes y rebeldes no son asunto nuevo para la curia romana, existieron desde la muerte de Cristo cuando los apóstoles iniciaran la difusión de la palabra de su maestro tal y como éste se los había demandado, y en el camino, por la falta de una teología aún por escribir, surgieron matices y tendencias que originaron división. Pero desde que la curia creó la jerarquía eclesiástica, a semejanza del Imperio Romano (siglo IV año 313), el resultado ha sido siempre el mismo: los protestantes terminaron encerrados, silenciados; o como antes: masacrados, martirizados o quemados. Así ocurrió ayer y así sería hoy. El sistema sigue siendo el mismo aunque los métodos hayan cambiado. Y de maleficios, supersticiones, brujas, herejes, protestantes, presbíteros, diáconos, acólitos, inquisidores, exorcistas, sacerdotes, monjas, obispos, santos, papas, opus dei, y masones, hay una nutrida biblioteca que ilustran sobre estos métodos.
Mucho después de su formación, a comienzos de la Edad Media, o sea, al final de la hegemonía del Imperio Romano (año 465), muy pocos fueron los que se atrevieron a desafiar el poder de la iglesia cristiana, que iba desde las aldeas mas alejadas hasta ciudades y los castillos mas adornados de la época; y de todos esos protestantes, uno solo la puso realmente en peligro, hasta ahora. Doscientos años no fueron suficientes para combatir a esos “herejes”, como Roma llamaba a los que se apartaban de la ortodoxia. Fue una lucha cruel y desigual, la espada contra la Biblia, una historia sobre la que recién ahora se encuentra abundante bibliografía producto de recientes investigaciones en Francia, España, Italia y Alemania. Esos “buenos hombres” y “buenas mujeres” como los conocía el vulgo, fueron los CÁTAROS.
¿Habían escuchado antes ese nombre? Yo tampoco.
Los siglos XI y XII en Europa fueron períodos de gran creatividad, el progreso empezaba a hacerse evidente en las ciudades, la población el comercio y la agricultura crecían, y las herejías (nuevos cultos y brujerías) hallaron terreno propicio para echar raíces.
Según los estudiosos de ésta religión que ha ido despertando cada vez mas interés e incluso genera un turismo concurrido en el sur de Francia, un pobre cura a quien llamaban Bogomil, salió de las salvajes tierras fronterizas de Bélgica para encabezar un apostolado de protesta en el siglo X contra los señores que abusaban de su poder castigando a un pueblo hambriento, y, contra la escandalosa opulencia e inmoralidad de la jerarquía religiosa romana. Esta fe estuvo marcada por una profunda hostilidad hacia la iglesia Católica, renegaba del Antiguo Testamento e iba contra la liturgia de la misa y los sacramentos, los cuales cambiaron por la oración del ‘Padre Nuestro’ repetido cuatro veces en el día, cuatro veces por la noche, y de esa forma, aseguraban, los creyentes podían liberarse de la influencia de Satanás pues según ellos no existía el infierno, sino que éste se hallaba en la Tierra.
¿Les suena familiar ésta reflexión?
El ‘bogomilismo’, que fue perseguido a sangre y fuego por la Iglesia Católica hasta desaparecerlo, se extendió hasta Constantinopla, hacia el oeste de Asia Menor y todo parece indicar que influenciaron profundamente en lo que después sería la fe Cátara que aparece alrededor de 1165 en Cologne, Alemania. Hay registros de que en 1167 los Cátaros ya se habían extendido rápidamente por buena parte de Europa (Francia e Italia) cuando se atreven a celebrar su primer Concilio en Saint Félix, al sur oeste de Toulouse.
Este acontecimiento es fundamental en la historia Catar pues a partir de allí el Papado advierte de la importancia de esta creencia que se hacía oficial y popular, y cuyos ‘perfectos’ (misioneros de la nueva religión que dominaban el latín igual que los obispos) divulgaban con éxito su saber a vista y paciencia de las autoridades predicando fe, pobreza y humildad, a imagen y semejanza de los doce apóstoles de Cristo, ayunando y llevando una vida prácticamente de monjes, trabajaban como cualquier cristiano del pueblo para ganarse el pan de cada día negándose a tener iglesias porque eran casas del diablo. Y, un aspecto fundamental, el 45% de su clero estaba compuesto por mujeres, pues para estos cristianos disidentes la mujer tenía los mismos derechos que el hombre, y es este feminismo medieval que exasperó sobre todo a los obispos católicos.
Como verán las diferencias entre cátaros y católicos, era abismal.
La historia de la iglesia Católica, Apostólica y Romana es sobrecogedoramente apasionante; no en vano ha sabido acumular dos mil años de vigencia sobre la tierra. Este reinado tan prolongado –el mayor de la humanidad sin duda-, no ha sido sin embargo una secuencia solo de santidad y fe; todo lo contrario: ha manchado sus sotanas de sangre, barbarie, corrupción y traición por doquier, ‘valores’ que a pesar de que supuestamente contradicen su razón de ser, la hicieron fuerte e inmortal… hasta el día de hoy.
La semana que pasó, un cable de la agencia de noticias BBC nos advertía de una nueva rebelión que sacude los milenarios cimientos de la capilla de San Pedro que guarda a los purpurados. “Un fantasma recorre Austria. Un grupo significativo de clérigos está exigiendo cambios profundos en la iglesia Católica… a sólo semanas de la visita del Papa Benedicto XVI”.
Disidentes y rebeldes no son asunto nuevo para la curia romana, existieron desde la muerte de Cristo cuando los apóstoles iniciaran la difusión de la palabra de su maestro tal y como éste se los había demandado, y en el camino, por la falta de una teología aún por escribir, surgieron matices y tendencias que originaron división. Pero desde que la curia creó la jerarquía eclesiástica, a semejanza del Imperio Romano (siglo IV año 313), el resultado ha sido siempre el mismo: los protestantes terminaron encerrados, silenciados; o como antes: masacrados, martirizados o quemados. Así ocurrió ayer y así sería hoy. El sistema sigue siendo el mismo aunque los métodos hayan cambiado. Y de maleficios, supersticiones, brujas, herejes, protestantes, presbíteros, diáconos, acólitos, inquisidores, exorcistas, sacerdotes, monjas, obispos, santos, papas, opus dei, y masones, hay una nutrida biblioteca que ilustran sobre estos métodos.
Mucho después de su formación, a comienzos de la Edad Media, o sea, al final de la hegemonía del Imperio Romano (año 465), muy pocos fueron los que se atrevieron a desafiar el poder de la iglesia cristiana, que iba desde las aldeas mas alejadas hasta ciudades y los castillos mas adornados de la época; y de todos esos protestantes, uno solo la puso realmente en peligro, hasta ahora. Doscientos años no fueron suficientes para combatir a esos “herejes”, como Roma llamaba a los que se apartaban de la ortodoxia. Fue una lucha cruel y desigual, la espada contra la Biblia, una historia sobre la que recién ahora se encuentra abundante bibliografía producto de recientes investigaciones en Francia, España, Italia y Alemania. Esos “buenos hombres” y “buenas mujeres” como los conocía el vulgo, fueron los CÁTAROS.
¿Habían escuchado antes ese nombre? Yo tampoco.
Los siglos XI y XII en Europa fueron períodos de gran creatividad, el progreso empezaba a hacerse evidente en las ciudades, la población el comercio y la agricultura crecían, y las herejías (nuevos cultos y brujerías) hallaron terreno propicio para echar raíces.
Según los estudiosos de ésta religión que ha ido despertando cada vez mas interés e incluso genera un turismo concurrido en el sur de Francia, un pobre cura a quien llamaban Bogomil, salió de las salvajes tierras fronterizas de Bélgica para encabezar un apostolado de protesta en el siglo X contra los señores que abusaban de su poder castigando a un pueblo hambriento, y, contra la escandalosa opulencia e inmoralidad de la jerarquía religiosa romana. Esta fe estuvo marcada por una profunda hostilidad hacia la iglesia Católica, renegaba del Antiguo Testamento e iba contra la liturgia de la misa y los sacramentos, los cuales cambiaron por la oración del ‘Padre Nuestro’ repetido cuatro veces en el día, cuatro veces por la noche, y de esa forma, aseguraban, los creyentes podían liberarse de la influencia de Satanás pues según ellos no existía el infierno, sino que éste se hallaba en la Tierra.
¿Les suena familiar ésta reflexión?
El ‘bogomilismo’, que fue perseguido a sangre y fuego por la Iglesia Católica hasta desaparecerlo, se extendió hasta Constantinopla, hacia el oeste de Asia Menor y todo parece indicar que influenciaron profundamente en lo que después sería la fe Cátara que aparece alrededor de 1165 en Cologne, Alemania. Hay registros de que en 1167 los Cátaros ya se habían extendido rápidamente por buena parte de Europa (Francia e Italia) cuando se atreven a celebrar su primer Concilio en Saint Félix, al sur oeste de Toulouse.
Este acontecimiento es fundamental en la historia Catar pues a partir de allí el Papado advierte de la importancia de esta creencia que se hacía oficial y popular, y cuyos ‘perfectos’ (misioneros de la nueva religión que dominaban el latín igual que los obispos) divulgaban con éxito su saber a vista y paciencia de las autoridades predicando fe, pobreza y humildad, a imagen y semejanza de los doce apóstoles de Cristo, ayunando y llevando una vida prácticamente de monjes, trabajaban como cualquier cristiano del pueblo para ganarse el pan de cada día negándose a tener iglesias porque eran casas del diablo. Y, un aspecto fundamental, el 45% de su clero estaba compuesto por mujeres, pues para estos cristianos disidentes la mujer tenía los mismos derechos que el hombre, y es este feminismo medieval que exasperó sobre todo a los obispos católicos.
Como verán las diferencias entre cátaros y católicos, era abismal.
Alarmada por ésta evidencia, en un primer momento el Papa decide combatir la herejía con las mismas armas del enemigo: la palabra y la Biblia, pero fracasan o por lo menos no llegan a contener con la rapidez que buscaban la avalancha de fieles que continuaban recibiendo el “consolamentum”, una de las ceremonias mas importantes en la teología Cátara que significaba la bendición y conversión del nuevo creyente y que los ‘perfectos’ impartían mediante la imposición de manos sobre la cabeza.
Una práctica que también se generaliza hoy en día.
A estas alturas Inocencio III es designado nuevo papa. Teólogo agresivo, dispuesto para la guerra y decidido a recuperar las almas y los territorios perdidos, incluido la caza de judíos y de todos aquellos que se apartaban del dogma romano. Solicita el apoyo del rey de Francia Philippe Auguste, para lanzar una cruzada contra los ‘albigeois’ (gentilicio de Alby, ciudad que los cátaros habían convertido en uno de sus bastiones) y erradicar la “peste catar”. Éste estaba mas preocupado en su guerra contra los ingleses, pero el asesinato de un legado papal que acababa de excomulgar al conde de Toulouse, Raimond VI, conocido protector de cátaros, y el deseo de recuperar las tierras occitanas que buscaban su independencia, le hace cambiar de opinión y envía a los barones de su reino para iniciar la Cruzada Santa, la que después se conocerá como una de las mas crueles masacres humanas de todos los tiempos. Tan bárbara y salvaje como la exterminación masiva de judíos a manos de los Nazis o la desaparición sistemática de pieles rojas, incas y aztecas en América.
“¡Tuez-les tous, Dieu reconnaitra les siens!” (muerte a todos, Dios reconocerá a los suyos), fue el grito de batalla de un ardiente verano para atacar las murallas de Béziers el 22 de julio de 1209, una rica ciudad comercial cerca de la costa mediterránea francesa, donde se refugiaban unos 20 mil creyentes, católicos en su mayoría, de los cuales unos 200 eran abiertamente herejes confesos. Ninguno aceptó el ultimátum para abandonar pacíficamente sus dominios y se dispusieron a defender sus vidas como podían. Sus asesinos no perdieron tiempo en diferenciarlos, evidentemente había sed de sangre de inocentes, muy corriente en la Europa de la Edad Media incentivada además por el botín de guerra prometido por el papa a los vencedores y para pagar la deuda a los dos bancos que financiaban la Cruzada. Fue el apogeo del caos pues esa columna militar bien armada de cinco kilómetros prácticamente desapareció del mapa a Beziers y su fe a punta de espada. Fue la primera columna de humo del terrorífico recorrido de esta Cruzada encabezada por un sanguinario caballero, Simón de Montfort, barón de Paris, no olviden éste nombre, un cruzado que regresaba de Tierra Santa donde se distinguió por su intrepidez contra los sarracenos, pero además, por su ejemplar devoción cristiana. Un fanático.
El holocausto de Béziers es el inicio de una Guerra Santa que duró más de un siglo en territorio francés, y así fueron cayendo una ciudad tras otra aplicando la política de ‘tierra quemada’, 18 en total: Narbona, Carcassone (15 ago 1209), Minerve (22 jul 1210 – 140 cátaros suben voluntariamente a la hoguera), Termes (23 nov 1210 - cae después de 09 meses de asedio), Lavaur (03 may 1211- 400 son quemados vivos y 80 caballeros degollados), Toulouse, Marmande, Moissac (1234 – 210 cátaros son quemados vivos).
Para éstos mártires religiosos que pasan a predicar en la clandestinidad, la Cruzada en su contra era una bendición divina que los acercaba a la perfección de los doce apóstoles de Cristo, cuyo ejemplo perseguían. Mientras tanto en Roma cantaban victoria, ganaban la guerra de las armas, pero no sabían que aún faltaba mucho para que ganaran la guerra de la fe.
Los ‘bons hommes’ se repliegan mas al sur, hasta las altas murallas del castillo de Montségur, perteneciente al señor Ramón de Péreille, que como tantos otros nobles occitanos era fiel a la herejía. El chateau de Montségur, que se mantiene intacto e imponente hasta el día de hoy para contar los horrores de que fue testigo, en el nombre de Dios, es una fortaleza encumbrada sobre la cima de una montaña de 1,207 metros de altura, al norte de lo que hoy es el Estado de Andorra. Aquí se concentraron los últimos cátaros de la Francia medieval buscando refugio, pero en realidad, sólo para esperar pacientemente la muerte pues según ellos luego se reencarnarían en otro cuerpo hasta el día del juicio final en que Lucifer sería finalmente derrotado por la fuerza de Dios Padre. Todo era cuestión de tiempo. El 13 de mayo de 1243 se inicia el experimentado asedio militar de la montaña aparentemente inexpugnable y el 16 de marzo de 1244, los últimos 218 creyentes son inmolados sobre largas y brillantes lenguas de fuego por las tropas del rey Louis IX sin que los mártires clamaran compasión o profirieran un solo grito de dolor, según cuentan los cronistas de la época. Tal era la locura de su fe.
A pesar de tanta sangre y clamor humano derramado a través de los siglos para que la Iglesia Católica se rectifique de las acusaciones que la ensucian, la alta jerarquía romana ha hecho muy poco por atender las demandas de humildad, pobreza, compromiso y apego a las enseñanzas de Cristo, incluido condena y castigo a sus numerosos sacerdotes envueltos en dolorosos casos de pedofilia que la prensa internacional publica con escandalosos titulares.
Sin embargo, a lo lejos, una estrella brilla aunque débil, para esperanza de los buenos corazones. La rebelión de sacerdotes en Austria que esperan al Papa el próximo 22 de septiembre, cual David contra Goliat, enfrentarán cara a cara al monstruo de mil cabezas, quizás en un último intento de reforma profunda y sincera, aunque nada les asegura que terminen con sus vestiduras ensangrentadas, tal como cuenta la vieja y cruel historia de nuestra Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana.
El holocausto de Béziers es el inicio de una Guerra Santa que duró más de un siglo en territorio francés, y así fueron cayendo una ciudad tras otra aplicando la política de ‘tierra quemada’, 18 en total: Narbona, Carcassone (15 ago 1209), Minerve (22 jul 1210 – 140 cátaros suben voluntariamente a la hoguera), Termes (23 nov 1210 - cae después de 09 meses de asedio), Lavaur (03 may 1211- 400 son quemados vivos y 80 caballeros degollados), Toulouse, Marmande, Moissac (1234 – 210 cátaros son quemados vivos).
Para éstos mártires religiosos que pasan a predicar en la clandestinidad, la Cruzada en su contra era una bendición divina que los acercaba a la perfección de los doce apóstoles de Cristo, cuyo ejemplo perseguían. Mientras tanto en Roma cantaban victoria, ganaban la guerra de las armas, pero no sabían que aún faltaba mucho para que ganaran la guerra de la fe.
Los ‘bons hommes’ se repliegan mas al sur, hasta las altas murallas del castillo de Montségur, perteneciente al señor Ramón de Péreille, que como tantos otros nobles occitanos era fiel a la herejía. El chateau de Montségur, que se mantiene intacto e imponente hasta el día de hoy para contar los horrores de que fue testigo, en el nombre de Dios, es una fortaleza encumbrada sobre la cima de una montaña de 1,207 metros de altura, al norte de lo que hoy es el Estado de Andorra. Aquí se concentraron los últimos cátaros de la Francia medieval buscando refugio, pero en realidad, sólo para esperar pacientemente la muerte pues según ellos luego se reencarnarían en otro cuerpo hasta el día del juicio final en que Lucifer sería finalmente derrotado por la fuerza de Dios Padre. Todo era cuestión de tiempo. El 13 de mayo de 1243 se inicia el experimentado asedio militar de la montaña aparentemente inexpugnable y el 16 de marzo de 1244, los últimos 218 creyentes son inmolados sobre largas y brillantes lenguas de fuego por las tropas del rey Louis IX sin que los mártires clamaran compasión o profirieran un solo grito de dolor, según cuentan los cronistas de la época. Tal era la locura de su fe.
A pesar de tanta sangre y clamor humano derramado a través de los siglos para que la Iglesia Católica se rectifique de las acusaciones que la ensucian, la alta jerarquía romana ha hecho muy poco por atender las demandas de humildad, pobreza, compromiso y apego a las enseñanzas de Cristo, incluido condena y castigo a sus numerosos sacerdotes envueltos en dolorosos casos de pedofilia que la prensa internacional publica con escandalosos titulares.
Sin embargo, a lo lejos, una estrella brilla aunque débil, para esperanza de los buenos corazones. La rebelión de sacerdotes en Austria que esperan al Papa el próximo 22 de septiembre, cual David contra Goliat, enfrentarán cara a cara al monstruo de mil cabezas, quizás en un último intento de reforma profunda y sincera, aunque nada les asegura que terminen con sus vestiduras ensangrentadas, tal como cuenta la vieja y cruel historia de nuestra Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana.
“Las víctimas de hoy se reúnen con las de ayer”. René Nelli, La vie quotidienne des Cathares du Languedoc au XIII siécle.
(*) Desde Francia

Càtaros inmolados a lo largo del siglo XIII

La Cruzada Santa ataca Béziers

Château de Montségur, ùltimo bastion hereje
Fotos: R. Requena
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