SILVIO, EL ELEGIDO
— Enfoque al dueño del Unicornio azul (y que el cielo nos libre de cordura) —
Por Johnson Centeno.-
Ponerse a escribir sobre Silvio Rodríguez no se crea que es tarea fácil. Este fundador indiscutible del Movimiento de la Nueva Trova —y acaso uno de los mayores cantautores de todos los tiempos—, ha merecido escrutinios de todos los frentes. Vagan por allí periodistas, trovadores, silviólogos, ciber silviófilos y juglares de todo calibre que no escatiman tinta (o saliva) si para hablar de aquél se trata. Y nunca lo terminan de decir.
Ahora mismo se está cerrando un seminario internacional en la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana, donde se discute en torno a “La Trova cubana, desde sus orígenes hasta la actualidad”; y —como no podía ser de otra manera— Silvio no sólo oficia de presidente del Comité de Honor, sino que se presta gustoso a un cúmulo de abordajes en un rollo de conferencias y mesas redondas, en una fracción de la isla.
SUS INICIOS/ LA NUEVA TROVA
Surge la Nueva Trova en diciembre de 1972, en Manzanillo, junto con Pablo Milanés, Noel Nicola, Vicente Feliú, Eduardo Ramos, Sergio Vitier; pero es Silvio quien se convierte en piedra angular de este movimiento, revitalizando la canción cubana y llevándola a pasear más allá de sus fronteras. Antes de ese apasionamiento, hacía 1969, Silvio vive una época alucinada y febril con el Grupo de Experimentación Sonora (GES) del ICAIC, considerado entonces un hito de la cultura cubana, en tanto que se atrevió a fusionar la arquitectura sonora de la rumba, el son con el rock y el jazz afro americano. Ya era una Cuba compleja donde se veneraba clandestinamente a Los Beatles, y especialmente a Bob Dylan y el folk norteamericano (Silvio en más de una entrevista ha reconocido sus influencias).
Este movimiento fue el embrión para el nacimiento de la Nueva Trova cubana. Allí aprendió Silvio a percutarle un lirismo propio a la majestad de la rítmica cubana. Allí decidió, persuadido por Leo Brouwer, a la sazón conductor del GES, a producir música popular de consumo diario, de concierto con perspectivas de desarrollo, a enfrentarse estéticamente a las brujas banalidad, intrascendencia y cursilería; a usar —en primera y última instancia— sus elementos caribeños para asir un lenguaje musical coherente. Y así se vuelve un diestro en el estilo musical trovadoresco (guitarra, texto, voz); luego va más allá, oteando arreglos más universales, sinfónicos, complejos.
Este movimiento fue el embrión para el nacimiento de la Nueva Trova cubana. Allí aprendió Silvio a percutarle un lirismo propio a la majestad de la rítmica cubana. Allí decidió, persuadido por Leo Brouwer, a la sazón conductor del GES, a producir música popular de consumo diario, de concierto con perspectivas de desarrollo, a enfrentarse estéticamente a las brujas banalidad, intrascendencia y cursilería; a usar —en primera y última instancia— sus elementos caribeños para asir un lenguaje musical coherente. Y así se vuelve un diestro en el estilo musical trovadoresco (guitarra, texto, voz); luego va más allá, oteando arreglos más universales, sinfónicos, complejos.
A pesar de haber varias versiones, nadie comenta con exactitud el porqué del nombre de Nueva Trova, lo cierto es que este movimiento, a decir de Silvio desarticulado en el 85 u 86, se distinguió no sólo por sus características musicales y poéticas (harto distintas de lo que se venía haciendo hasta ese momento), sino porque interpretó los sentimientos cubanos y acompañó visceralmente los primeros pasos de la Revolución, al punto de ser considerado un producto de exportación del régimen cubano.
LA POESÍA DEL CONTEXTO
Latinoamérica de finales del 60 y durante la década del 70 era de una lucha social extraordinaria, revolucionaria en todo su ánimo, algo del que no escaparían sus trovadores: (cito al azar) mayo del 68 en Paris, Tlatelolco en México, la Revolución cubana, los hippies en EE.UU., la lucha obrera y las botas milicianas por todo el continente. El socialismo traspirado pero no exhausto. En general, dado el contexto económico y político de Latinoamérica, casi todo el mundo tuvo su revolución a su manera y con propias circunstancias. Por entonces se hace popular también el término protest song impulsada desde EE.UU. por las implicancias de Vietnam. La Casa de la Américas, en el 67, convoca el “Primer Encuentro de Canción Protesta”, al que se suman orgánicamente montones de cantores latinoamericanos que ya sabían del rollo de la Nueva Trova. La química entre estos movimientos es inmediata pues su temática era compartida: la guerra contra Vietman, la discriminación racial y el antiimperialismo, de allí que un buen tiempo, a Silvio y a un buen grupo de trovadores los etiquetaron como “protesteros”. Silvio afirma sobre esto, “el termino nos parecía chato, porque nosotros sentíamos, además, un fuerte compromiso con toda la trova, con la libertad de la poesía y la belleza, y nos parecía que esa aspiración no se podía encasillar, que no tenia límites, que estaba más allá de un eslogan circunstancial (...) Nosotros jamás usamos el término de cantores de protesta para autodefinirnos. Siempre hemos dicho que somos, sencillamente, trovadores”.
Y vaya que en su caso es cierto. Aún cuando Silvio y otros trovadores alimentaron las entrañas de la Revolución (muchos todavía reprochan a Silvio su acomodo revolucionario con todos los sentidos, en desmedro de su sentido del arte: más de una vez ha consentido que sus canciones sirvan como himnos de “campañas patriótica” en la isla), no es menos cierto que Silvio, Milanés, Nicola, Feliú, entre otros trovadores, han dejado constancia de su sensibilidad lírica por cosas tan humanas como la ingenuidad, la ternura, el espanto, la verdad, la esperanza. Y acaso para zanjar con sus detractores, Silvio, en una clásica entrevista que concedió al New Herald de Miami en 1997, refiere que vio a Fidel por la TV arengando a unos jóvenes sobre la Revolución, que cada cual podía llegar a sentirla, en sí mismos. “ Y ¿quién coño la habrá dicho a ése que la Revolución es propiedad privada de nadie?” —se preguntó Silvio, y sentencio—: “Yo soy la Revolución”.
Y vaya que en su caso es cierto. Aún cuando Silvio y otros trovadores alimentaron las entrañas de la Revolución (muchos todavía reprochan a Silvio su acomodo revolucionario con todos los sentidos, en desmedro de su sentido del arte: más de una vez ha consentido que sus canciones sirvan como himnos de “campañas patriótica” en la isla), no es menos cierto que Silvio, Milanés, Nicola, Feliú, entre otros trovadores, han dejado constancia de su sensibilidad lírica por cosas tan humanas como la ingenuidad, la ternura, el espanto, la verdad, la esperanza. Y acaso para zanjar con sus detractores, Silvio, en una clásica entrevista que concedió al New Herald de Miami en 1997, refiere que vio a Fidel por la TV arengando a unos jóvenes sobre la Revolución, que cada cual podía llegar a sentirla, en sí mismos. “ Y ¿quién coño la habrá dicho a ése que la Revolución es propiedad privada de nadie?” —se preguntó Silvio, y sentencio—: “Yo soy la Revolución”.
SILVIO A LA CARTA
La temática que aborda en sus canciones parece infinita. Tanto como otros trovadores de su generación, Silvio tiñe sus letras de una descarga altamente poética, gracias a influencias de Vallejo, Neruda, Martí, Lorca, Heredia, Lezama, Machado, entre otros exponentes de la lírica hispana. Allí están sus pasiones telúricas (“En mi calle”, “Flores nocturnas”, “Camino a Camagüey”, “Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol”,...); su compromiso con su tiempo y con su gente (“Debo partirme en dos”, “Playa Girón”, “Hoy mi deber era”, “Sueño con serpientes”, “La Maza”, “Oda a mi generación”,...); su inmenso cariño al misterio de la mujer (“En estos días”, “Te doy una canción” (dedicada a su Emilia), “Nuestro tema”, ”Mujeres”, ”¿A dónde van?”, “Pequeña serenata diurna”, “Ya no te espero”,...).
Sus construcciones surrealistas (“Del sueño a la poesía”, “Casiopea”, “Jerusalem año cero”, “Canción del elegido”...); sus arrebatos auto confesionales y experimentales (trilogía de discos “Silvio”, “Rodríguez” y “Domínguez”) y en fin, un sinnúmero de facetas de este poeta y cantor fuera de serie, que a uno lo seduce, arrebata y hace que por fin tengamos la gloria a dos manos y soñemos que somos cada vez más libres, más humanos.
Sus construcciones surrealistas (“Del sueño a la poesía”, “Casiopea”, “Jerusalem año cero”, “Canción del elegido”...); sus arrebatos auto confesionales y experimentales (trilogía de discos “Silvio”, “Rodríguez” y “Domínguez”) y en fin, un sinnúmero de facetas de este poeta y cantor fuera de serie, que a uno lo seduce, arrebata y hace que por fin tengamos la gloria a dos manos y soñemos que somos cada vez más libres, más humanos.
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