EL M.A.R.

Por Dante Ramos de Rosas
Es un libro gigante. Pesado como la Biblia. Se publicó en la década del 80. Su autora es la socióloga Imelda Vega Centeno. Es un libro que indaga sobre la historia del Apra desde bases filosóficas intercalándola con relatos coloquiales y testimonios de militantes antiguos y jóvenes del por qué se afiliaron al Apra.
Lo leí en el verano del 2006 en plena campaña electoral cuando Ollanta relegaba a Lourdes Flores al tercer lugar levitándose la figura de Alan García hacia el inexorable segundo lugar.
Un error que debí evitar en la universidad fue involucrarme demasiado en la filosofía de izquierda. Supongo que era lo imperante como ideología, pero creo que ningún estudiante o académico que tenga algo que decir sobre la historia y la coyuntura del país debe dejar de estudiar –antes que cualquier herencia europeista marxista- la historia del Apra y de cómo pudo insertarse tanto tiempo en el acervo espiritual o día a día del ciudadano de Trujillo, del ande otuzqueño o de la bullanguera Breña en el cercado de Lima.
Vega Centeno afirma que un predicamento que dio margen al Apra para autosustentarse en el tiempo fue la rápida lectura que hizo su fundador Haya de la Torre en el Cuzco, del llamado Mito Andino de Refugio (M.A.R.). Haya pasaba sus días de la década del 20 como Secretario del Prefecto. Seguro pudo percatarse de la caracteriología cerril del hombre andino o semi rural a pesar de que Cuzco dio a luz una escuela cinematográfica con una capacidad cosmopolita de ver las cosas y los aspectos humanos que pocos pudieran calificar de cerrada o sectaria. Al contrario, he allí la extraordinaria calidad gráfica de un Martin Chambi y más tarde de un José Carlos Huayhuaca.
¿A qué se refiere el M.A.R.? Resulta que a partir de la llegada de los españoles conquistadores el poblador andino o quechua recurrió a este mito para aconchabarse en sí mismo, no buscar apoyo en lo externo o en lo no conocido.
Mejor era lo que tenía a mano como las relaciones comunales, familiares o mayormente endogámicas. Todo lo acumulado o vivido se daba para la comunidad, para la vecindad y nada de ello debía compartirse con ese extraño ser que era invasor. Este mito es el que puede explicar el rechazo al hombre “misti” o blanco que con sus capitales viene a tomar tierras en zonas andinas o costeras como Huancabamba, Tambogrande, Chota o Las Bambas.
Es un libro gigante. Pesado como la Biblia. Se publicó en la década del 80. Su autora es la socióloga Imelda Vega Centeno. Es un libro que indaga sobre la historia del Apra desde bases filosóficas intercalándola con relatos coloquiales y testimonios de militantes antiguos y jóvenes del por qué se afiliaron al Apra.
Lo leí en el verano del 2006 en plena campaña electoral cuando Ollanta relegaba a Lourdes Flores al tercer lugar levitándose la figura de Alan García hacia el inexorable segundo lugar.
Un error que debí evitar en la universidad fue involucrarme demasiado en la filosofía de izquierda. Supongo que era lo imperante como ideología, pero creo que ningún estudiante o académico que tenga algo que decir sobre la historia y la coyuntura del país debe dejar de estudiar –antes que cualquier herencia europeista marxista- la historia del Apra y de cómo pudo insertarse tanto tiempo en el acervo espiritual o día a día del ciudadano de Trujillo, del ande otuzqueño o de la bullanguera Breña en el cercado de Lima.
Vega Centeno afirma que un predicamento que dio margen al Apra para autosustentarse en el tiempo fue la rápida lectura que hizo su fundador Haya de la Torre en el Cuzco, del llamado Mito Andino de Refugio (M.A.R.). Haya pasaba sus días de la década del 20 como Secretario del Prefecto. Seguro pudo percatarse de la caracteriología cerril del hombre andino o semi rural a pesar de que Cuzco dio a luz una escuela cinematográfica con una capacidad cosmopolita de ver las cosas y los aspectos humanos que pocos pudieran calificar de cerrada o sectaria. Al contrario, he allí la extraordinaria calidad gráfica de un Martin Chambi y más tarde de un José Carlos Huayhuaca.
¿A qué se refiere el M.A.R.? Resulta que a partir de la llegada de los españoles conquistadores el poblador andino o quechua recurrió a este mito para aconchabarse en sí mismo, no buscar apoyo en lo externo o en lo no conocido.
Mejor era lo que tenía a mano como las relaciones comunales, familiares o mayormente endogámicas. Todo lo acumulado o vivido se daba para la comunidad, para la vecindad y nada de ello debía compartirse con ese extraño ser que era invasor. Este mito es el que puede explicar el rechazo al hombre “misti” o blanco que con sus capitales viene a tomar tierras en zonas andinas o costeras como Huancabamba, Tambogrande, Chota o Las Bambas.
¿Y entonces uno se pregunta qué es el Apra para con este mito? Si uno va a profundidad de navegante en el inconciente del militante o simple funcionario de peso en el partido del gobierno central –y eso lo podemos medir a nivel local o edil con gestiones pasadas- todas las relaciones que se registraban se esparcían en solo un pequeño circulo o esfera cerrada donde lo deslumbrante no ‘quepaba’.
Solo quepaba la estatura de lo mediocre respetando el orden de las jerarquías establecidas previamente por historias combativas dignas en calles, plazas, sindicatos y carcelerías relegándose al final al aspirante útil o con ciertas capacidades pero que no cargaba sobre sí el peso de un activismo más pleno a exhibir en lo político. Organismos locales como Sedalib han sido el último refugio donde la militancia del Apra se ha quedado sobreviviendo una vez que perdieron la Alcaldía en el 2006. Los services han resultado una buena forma de ir armando mecanismos de poder arreglar la vida y su exigencia diaria en lo economicista. Barrios enteros como el ubicado detrás del Hospital Regional Docente tienen familias que raramente no hayan dejado de votar por el Apra o que sencillamente no estén empadronadas en los listados del partido y con vínculos de parentesco por matrimonios o padrinazgos también desde décadas atrás.
Contra esto emergió el actual alcalde César Acuña Peralta. Recogió, guiado por sus asesores (un ex militante aprista del 60, luego seguidor de Luis de la Puente a más de teórico puro del estado de facto velasquista y ex profesor mío: Dr. Sigifredo Orbegoso, debe haberle servido de mucho en sus pautas, no lo dudo; o Anel Townsend, no por nada hija de Andrés Townsend, alguna vez ambos miembros del Apra clásica) el pasado que lo mecía.
Si Acuña habiendo nacido en el ande liberteño y migrante de éxito no lograba conectar esa herencia que palpó desde pequeño, él y su larga familia de hermanos acunados en nombres de ascendencia héroica griega, pues perdía toda elección. Solo tuvo que aplicar antropológicamente lo conocido en textos y vivencias. Propulsó una endogamia o suerte de moderna oligarquía pero novedosamente conchuda. Sin alergia alguna con lo tradicional. ¿Acaso no llegó a decir en esta segunda vez que “si –él- ganaba los estudiantes de su universidad tendrían chamba de cajón”? Más evidencia oligárquica que esa ¿dónde?. O sea un todo entre nosotros o SEASAP de los setentas (Solo el Aprismo salvará al Perú).
Y vaya, resultó ganador. Su base de recaudación de firmas y circulación partidaria ha sido el clan tribal del Sutep o de Patria Roja en los que habitan los educadores, que a cambio de su titulación rápida de portátiles maestrías o diplomados diversos recogían un padrón y lo hacían firmar en su barrio, familia o colegio: clientelismo puro o suerte de mercantilismo sin pacaterias. El reparto de 5 mil lap tops en campaña electoral o la alegre instalación de guarderias son solo asistencialismo sin empoderamiento a la masa crítica votante que los recibe con sonrisas y sin pudor.
El Apra mientras tanto se fue volviendo citadino, muy urbano, perdió el sujeto original del refugio en praxis y teroría y terminó evadiéndose en una comedia de figuraciones y clubes “socialite”, más no de fiestas patronales andinas y menos de compadrazgos vitalistas para futuras generaciones que cultiven las mismas ideas. Los resultados están a la vista.
Solo quepaba la estatura de lo mediocre respetando el orden de las jerarquías establecidas previamente por historias combativas dignas en calles, plazas, sindicatos y carcelerías relegándose al final al aspirante útil o con ciertas capacidades pero que no cargaba sobre sí el peso de un activismo más pleno a exhibir en lo político. Organismos locales como Sedalib han sido el último refugio donde la militancia del Apra se ha quedado sobreviviendo una vez que perdieron la Alcaldía en el 2006. Los services han resultado una buena forma de ir armando mecanismos de poder arreglar la vida y su exigencia diaria en lo economicista. Barrios enteros como el ubicado detrás del Hospital Regional Docente tienen familias que raramente no hayan dejado de votar por el Apra o que sencillamente no estén empadronadas en los listados del partido y con vínculos de parentesco por matrimonios o padrinazgos también desde décadas atrás.
Contra esto emergió el actual alcalde César Acuña Peralta. Recogió, guiado por sus asesores (un ex militante aprista del 60, luego seguidor de Luis de la Puente a más de teórico puro del estado de facto velasquista y ex profesor mío: Dr. Sigifredo Orbegoso, debe haberle servido de mucho en sus pautas, no lo dudo; o Anel Townsend, no por nada hija de Andrés Townsend, alguna vez ambos miembros del Apra clásica) el pasado que lo mecía.
Si Acuña habiendo nacido en el ande liberteño y migrante de éxito no lograba conectar esa herencia que palpó desde pequeño, él y su larga familia de hermanos acunados en nombres de ascendencia héroica griega, pues perdía toda elección. Solo tuvo que aplicar antropológicamente lo conocido en textos y vivencias. Propulsó una endogamia o suerte de moderna oligarquía pero novedosamente conchuda. Sin alergia alguna con lo tradicional. ¿Acaso no llegó a decir en esta segunda vez que “si –él- ganaba los estudiantes de su universidad tendrían chamba de cajón”? Más evidencia oligárquica que esa ¿dónde?. O sea un todo entre nosotros o SEASAP de los setentas (Solo el Aprismo salvará al Perú).
Y vaya, resultó ganador. Su base de recaudación de firmas y circulación partidaria ha sido el clan tribal del Sutep o de Patria Roja en los que habitan los educadores, que a cambio de su titulación rápida de portátiles maestrías o diplomados diversos recogían un padrón y lo hacían firmar en su barrio, familia o colegio: clientelismo puro o suerte de mercantilismo sin pacaterias. El reparto de 5 mil lap tops en campaña electoral o la alegre instalación de guarderias son solo asistencialismo sin empoderamiento a la masa crítica votante que los recibe con sonrisas y sin pudor.
El Apra mientras tanto se fue volviendo citadino, muy urbano, perdió el sujeto original del refugio en praxis y teroría y terminó evadiéndose en una comedia de figuraciones y clubes “socialite”, más no de fiestas patronales andinas y menos de compadrazgos vitalistas para futuras generaciones que cultiven las mismas ideas. Los resultados están a la vista.
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