¡ARRIBA LAS TETAS!


Escribo este post por dos motivos. Uno, que no puedo resistirme al empalago mediático –alguien debería estudiar este fenómeno alrededor de la peli-; y dos, el húmedo recuerdo de una chica de anoche, dueña de unas tetas preciosas, que estudia en la UPN. Guauu…!
Que una peli peruana sea candidata a algo fuera del país es algo que inauguró hace dos décadas el cineasta Pancho Lomardi, que siempre se hacía premiar con alguna estatuilla en algún lugar del culo del mundo, mientras que aquí el Mercioco lo vendía como la última chupada del mango; siendo sus películas unos bodrios totales, y sus festivales, unos mamarrachos ad hoc.
La teta asustada, en cambio, viene de una historia muy bien armada en las entrañas de nuestro país, y es el fruto de un estudio minucioso –quiero decir, en clave de instinto femenino- de la violencia que azotó buena parte de las mujeres del ande, algo generalmente nunca contado en los documentos que hablan del terrorismo nacional, y que Claudia Llosa ha sabido interpretar a su modo.
El contexto internacional, además, no ha podido ser mejor para recibir la película. El empuje económico y la remozada estima a nuestra culinaria han logrado encaramarse cómodamente en el imaginario yanqui-europeo, que el interés por todo lo que tenga que ver con el Perú transita de meros gustos tercermundistas, a propuestas armónicas que hay que consumir con mejor atención.
Se diría que la película se ha vendido sola, pero cuesta imaginarse a Claudia cruzada de brazos en los festivales de Berlín, Guadalajara, La Habana y Montreal. Incluso en los previos del Oscar su agencia la ha venido proyectando casi en todas las esquinas, metiéndose hasta en el desayuno de los gringos: Cuando tienes un buen material hay que venderlo. Y venderlo bien (Drucker dixit).
En sede nacional, la bulla del aplauso ha sido casi unánime, y digo bulla porque la gran mayoría se ha sumado fácil a la celebración por el simple hecho de elementos peruanos en la cinta. Y los medios han encontrado la excusa perfecta para presentar a una cholita en sus más caros titulares, desblanqueándose, democratizándose, pregonando hasta el empacho la figurita delicada de Magaly Solier, que –gracias a Dios- no ha mostrado hasta ahora signos típicos de acojudamiento, ese mal padecimiento de las “estrellas”.
Solo el chato Hilbebrant se ha permitido ir contra la corriente, en una gala de esforzada bilis anticinematográfica: “La teta asustada” –ha dicho- no es una mala película porque retrate con saña de turista pronazi las miserias y pellejerías de la pobreza urbana de Lima ni aluda, con enorme timidez, a las fechorías que sufrieron nuestros campesinos de manos de terroristas y militares. Es mala porque cinematográficamente es un desastre”.
Y es cierto que la película es mala (no creo que sea un desastre), y tiene muchos elementos que la descalificarían de plano en cualquier audiencia, pero así ha llegado donde ha llegado, y sigue cuesta arriba.
A mí particularmente no me gusta mucho el cine peruano, y ésta la ví con bastantes reservas. Cerca del final entendí que una película como La Teta iba mucho más allá de un gusto o un disgusto. La Teta era nuestra teta.
Y se me antoja que se gane el Oscar, pues, ya que está candidateando, con todos sus errores u horrores que pueda tener (equipo, presupuesto, extras, frases infelices (“báñame con tu menstruación”, por ejemplo, me parece una agresión estúpida)). Además, sería un lindo homenaje a los senos de la chica de la UPN, acosada por un trío de imaginarios fetichistas de pura sepa.
¡Buena suerte, chicas!
¡Y arriba las tetas!

La teta asustada, en cambio, viene de una historia muy bien armada en las entrañas de nuestro país, y es el fruto de un estudio minucioso –quiero decir, en clave de instinto femenino- de la violencia que azotó buena parte de las mujeres del ande, algo generalmente nunca contado en los documentos que hablan del terrorismo nacional, y que Claudia Llosa ha sabido interpretar a su modo.
El contexto internacional, además, no ha podido ser mejor para recibir la película. El empuje económico y la remozada estima a nuestra culinaria han logrado encaramarse cómodamente en el imaginario yanqui-europeo, que el interés por todo lo que tenga que ver con el Perú transita de meros gustos tercermundistas, a propuestas armónicas que hay que consumir con mejor atención.
Se diría que la película se ha vendido sola, pero cuesta imaginarse a Claudia cruzada de brazos en los festivales de Berlín, Guadalajara, La Habana y Montreal. Incluso en los previos del Oscar su agencia la ha venido proyectando casi en todas las esquinas, metiéndose hasta en el desayuno de los gringos: Cuando tienes un buen material hay que venderlo. Y venderlo bien (Drucker dixit).
En sede nacional, la bulla del aplauso ha sido casi unánime, y digo bulla porque la gran mayoría se ha sumado fácil a la celebración por el simple hecho de elementos peruanos en la cinta. Y los medios han encontrado la excusa perfecta para presentar a una cholita en sus más caros titulares, desblanqueándose, democratizándose, pregonando hasta el empacho la figurita delicada de Magaly Solier, que –gracias a Dios- no ha mostrado hasta ahora signos típicos de acojudamiento, ese mal padecimiento de las “estrellas”.
Solo el chato Hilbebrant se ha permitido ir contra la corriente, en una gala de esforzada bilis anticinematográfica: “La teta asustada” –ha dicho- no es una mala película porque retrate con saña de turista pronazi las miserias y pellejerías de la pobreza urbana de Lima ni aluda, con enorme timidez, a las fechorías que sufrieron nuestros campesinos de manos de terroristas y militares. Es mala porque cinematográficamente es un desastre”.
Y es cierto que la película es mala (no creo que sea un desastre), y tiene muchos elementos que la descalificarían de plano en cualquier audiencia, pero así ha llegado donde ha llegado, y sigue cuesta arriba.
A mí particularmente no me gusta mucho el cine peruano, y ésta la ví con bastantes reservas. Cerca del final entendí que una película como La Teta iba mucho más allá de un gusto o un disgusto. La Teta era nuestra teta.
Y se me antoja que se gane el Oscar, pues, ya que está candidateando, con todos sus errores u horrores que pueda tener (equipo, presupuesto, extras, frases infelices (“báñame con tu menstruación”, por ejemplo, me parece una agresión estúpida)). Además, sería un lindo homenaje a los senos de la chica de la UPN, acosada por un trío de imaginarios fetichistas de pura sepa.
¡Buena suerte, chicas!
¡Y arriba las tetas!


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