CANAL DOS

Por: Dante Ramos de Rosas
Su andar era gatuno sin ser pituco. Es mi paisana. Vestía desaprensivamente. Un jean gastado, una blusa común. Es pensante a pesar que a veces recae en un tipo de televisión frívola, pero como ella siempre decía “si no hay una historia qué mostrar, la que sea, qué imagen quieres que muestre. Son los televidentes que ven y juzgan. No somos los productores los que encausamos nada”.
En el parque infantil de Chiclayo la convocatoria era masiva. Durante el mes de febrero del 2005 en los cortes comerciales del programa de Hildebrandt se escondía una intriga sobre un segmento que iba a incluirse en el programa a reestrenar de Gisela Valcárcel. Durante el año 2003 en adelante todos los sábados me colocaba frente a la pantalla para ver todo el morbo conteniendo a los participantes encapsulados por la conductora de raza acuario, aquel signo que lo vapuleas y golpeas y sale bien parado, nunca se sancocha como el caso de Bayli y aquí en la tropa trujillana con la loca Lidia Zolezzi (la quiero mucho, a pesar de ser tan extraviada).
Me presenté a la convocatoria fortalecido de haber visto tanta televisión argentina durante años. A Sofovich, al gordo Lanatta, a todos los conductores de aquel canal platense llamado “América” con su slogan “América la rompe”.
Temprano ese sábado en la mañana fui al refri y cogí dos huevos. Aún no sabía lo que iba a hacer con ellos. Ya les contaré luego.
Fui en pantalones cortos. Los lentes me los había roto mi hijo el día anterior. Así que andaba medio desubicado. Robert Rebollard de patillas al estilo Elvis Presley fue el que me filmó. “Deben decir una proclama como si estuvieran candidateando a la presidencia”. La secuencia era la misma que se invento en Holanda y luego rompió en Argentina. “Quiero ser Presidente” se llamaba la secuencia. Lo hice. Cogí los dos huevos y dije: “Para ser presidente y que no se repita lo de Ilave y Andahuaylas vota por mí porque tengo huevos”. Rompí los huevos frente a cámaras y Robert asentía. “Así, así – casi sexualmente el jadeo – dame esa carne. Dame esa carne, Dante”.
Cuando ví sus ojos no me engañe. Sabía que clasificaría.
La entrevista personal me la hizo Marisol Crousillat, mi paisa y Cecilia Cayo, la gordis. Locaza como ella sola. Esta gentita debe estar haciendo historia en algunos meses. Lo sé. Marisol me dijo “cuáles eran las tres cosas que harías si te decretan una enfermedad mortal”. Aún no sabía cuál era el premio. Le dije: “publicaría mi libro de historias liberales, acudiría a una romería a la tumba de mi tía Frecia en el cementerio Miraflores de Trujillo – la nariz de ella tan respingada me recordaba la de mi tía – y vendería mi riñón a precio de mercado - eran 5 mil dólares – para poder mitigar en algo el padecimiento autista de Cristian, mi hijo”.
Más tarde me enteré que su familia tenía también un niño con esa discapacidad o parecida. Por eso clasifiqué al concurso. Pero eso lo supe después de acabado todo el programa.
“Y si estás seleccionado dentro del programa, qué harías por tus ideas?”, me inquirió Ceci. “De todo. Entraría a los buses a difundir mi propaganda, me vestiría de zanquero por las calles y haría teatro popular al estilo Yuyaskani. Si hay un teatro de izquierda porque no puede haber un teatro liberal. Y lo haría en los cerros”. “¿Harías todo eso?”. “Y más Marisol”.
“Ok”, dijo y cerró la página.
Había clasificado.
Su andar era gatuno sin ser pituco. Es mi paisana. Vestía desaprensivamente. Un jean gastado, una blusa común. Es pensante a pesar que a veces recae en un tipo de televisión frívola, pero como ella siempre decía “si no hay una historia qué mostrar, la que sea, qué imagen quieres que muestre. Son los televidentes que ven y juzgan. No somos los productores los que encausamos nada”.
En el parque infantil de Chiclayo la convocatoria era masiva. Durante el mes de febrero del 2005 en los cortes comerciales del programa de Hildebrandt se escondía una intriga sobre un segmento que iba a incluirse en el programa a reestrenar de Gisela Valcárcel. Durante el año 2003 en adelante todos los sábados me colocaba frente a la pantalla para ver todo el morbo conteniendo a los participantes encapsulados por la conductora de raza acuario, aquel signo que lo vapuleas y golpeas y sale bien parado, nunca se sancocha como el caso de Bayli y aquí en la tropa trujillana con la loca Lidia Zolezzi (la quiero mucho, a pesar de ser tan extraviada).
Me presenté a la convocatoria fortalecido de haber visto tanta televisión argentina durante años. A Sofovich, al gordo Lanatta, a todos los conductores de aquel canal platense llamado “América” con su slogan “América la rompe”.
Temprano ese sábado en la mañana fui al refri y cogí dos huevos. Aún no sabía lo que iba a hacer con ellos. Ya les contaré luego.
Fui en pantalones cortos. Los lentes me los había roto mi hijo el día anterior. Así que andaba medio desubicado. Robert Rebollard de patillas al estilo Elvis Presley fue el que me filmó. “Deben decir una proclama como si estuvieran candidateando a la presidencia”. La secuencia era la misma que se invento en Holanda y luego rompió en Argentina. “Quiero ser Presidente” se llamaba la secuencia. Lo hice. Cogí los dos huevos y dije: “Para ser presidente y que no se repita lo de Ilave y Andahuaylas vota por mí porque tengo huevos”. Rompí los huevos frente a cámaras y Robert asentía. “Así, así – casi sexualmente el jadeo – dame esa carne. Dame esa carne, Dante”.
Cuando ví sus ojos no me engañe. Sabía que clasificaría.
La entrevista personal me la hizo Marisol Crousillat, mi paisa y Cecilia Cayo, la gordis. Locaza como ella sola. Esta gentita debe estar haciendo historia en algunos meses. Lo sé. Marisol me dijo “cuáles eran las tres cosas que harías si te decretan una enfermedad mortal”. Aún no sabía cuál era el premio. Le dije: “publicaría mi libro de historias liberales, acudiría a una romería a la tumba de mi tía Frecia en el cementerio Miraflores de Trujillo – la nariz de ella tan respingada me recordaba la de mi tía – y vendería mi riñón a precio de mercado - eran 5 mil dólares – para poder mitigar en algo el padecimiento autista de Cristian, mi hijo”.
Más tarde me enteré que su familia tenía también un niño con esa discapacidad o parecida. Por eso clasifiqué al concurso. Pero eso lo supe después de acabado todo el programa.
“Y si estás seleccionado dentro del programa, qué harías por tus ideas?”, me inquirió Ceci. “De todo. Entraría a los buses a difundir mi propaganda, me vestiría de zanquero por las calles y haría teatro popular al estilo Yuyaskani. Si hay un teatro de izquierda porque no puede haber un teatro liberal. Y lo haría en los cerros”. “¿Harías todo eso?”. “Y más Marisol”.
“Ok”, dijo y cerró la página.
Había clasificado.

Me llamaron desde Lima y marché a Canal Dos porque allí se desarrollaba la secuencia. Me interné en una casa sin dinero, celulares, ni DNI. Tenía que hacer campaña con lo que llevaba puesto y con mis ideas si es que servían. A muchos convocados el encierro no les gustó a pesar de que sabíamos todos que así se desarrollaría nuestra vida durante meses. Yo les decía “ser presidente no es sólo presidir, es también aceptar que la raíz etimológica viene de presidio. Ser presidente es estar encerrado. Sin vida privada ni nada de nada, ser escarnio de los medios y del público que te eligió”. Eso yo lo sabía.
Los productores trataban de enfrentarnos pero nunca cedí. Una cosa es ser candidato en el que cupen todo tipo de suaves ingenuidades y otra cosa es asumirse del saque como si uno ya fuera estadista ni siquiera el gobernante que todo el mundo espera que fuera. Hay que tener agenda propia.
Hubo un segmento en que dos amigos se estrellaron huevos en la cabeza. Que destino el de los huevos. Fue en el mercado de Santa Anita. Es terrible. Pero eso era lo que Marisol pasaba en las noches. Cuando reclamábamos ella decía “esto fue lo que sucedió o estoy mintiendo. No tengo juego de cámaras. Eso hicieron Uds.”. Y era verdad. Era la vida misma.
El encierro en Canal Dos fue vivencialmente rico. Tuvimos asistencia sicológica y con las dinámicas a las que nos sometieron nos ayudó a describirnos. En verdad el candidatear lo descubre a uno en lo más profundo de sus hebras, nervios y grietas humanas. Todos las tenemos. Yo por ejemplo supe que era “duro de matar”. Nada me asustaba. Los insultos me encantaban, era frío, pero cuando me soltaban algo sobre el niño al que había dejado en Chiclayo me quebrantaba. Con todo respiraba fuerte y me sobreponía. Si Cristian me dijera algo en su vocecilla me diría “qué te pasa, por qué no sigues. Yo quiero tu lugar. ¿Me lo dejas?”. Y claro, tenía que seguir.
En la tele aprendes que todo es una gran locura. Los productores que conocí tenían 4 rutas. Unos estaban solos, otros se coqueaban, otros estaban en la solapada mariconada y otros rezaban. Es la única forma de sobrevivir en un medio que se parece más a una carnicería. Se entra a las 9 a.m. y se duerme uno a las 2 de la madrugada.
A Marisol Crusillat le regalé una máscara mochica que me la enviaron mis padres para Gisela. No se la regalé. Quien había llegado más a mi alma era Marisol. Y le dije: “te la regalo porque ya entendí el alma de la tele. Solo máscaras”. “Ok”, rebuscó en el envoltorio, lo vio y se río un montón.
Quedé segundo. Quien me ganó fue el representante de Arequipa. Se llamaba Edwin. Tenía un rostro agraciado y ninguna idea valiosa. Pero eso no importaba. A mi me sirvió para sostener algo en firme: El peruano no vota por ideas nunca. Vota por caretas. En la medida que estas ideas se confían emocionalmente con una candidatura pues puedes ganar una elección.
Eso no fue entendido por un Mario Vargas Llosa en 1990 y si Alvaro, su hijo viene con un discurso así el 2011 fracasara estrepitosamente. Eso es lo que hay que hacerle entender. Pero ya.

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