DESAGRAVIO A VALLEJO: DE JUEZ A INJUSTO REO.
Pucha, qué vaina. Ponerme a escribir sobre Vallejo justo ahora que me masturbo con una novelita policíaca que ha caído en mis manos. Conste que lo hago únicamente por la gente que lee el blog desde fuera (assu..), pues el evento: “Desagravio a César Vallejo: de Juez a injusto Reo”, apenas ha trascendido el circuito de ciudad travesti, y Vallejo, carajo, es Vallejo, pe.

Nadie como él, sin duda. Nadie que se haya revolcado mejor en su orgía de sufrimiento hasta los huesos, nadie que haya escrito en hormas preñadas de estaciones pendientes, nadie que grite con más autoridad los ayes de una prisión en una cárcel del Perú, de una ciudad infortunadamente cáustica y olvidadiza. Ha tenido que pasar un culo de años para organizarse un “desagravio” al Cholo de los pesares, de un jucio pendejo que le metieron los Santa María, “mayordomos” de las fiestas patronales de Santiago de Chuco: la sierra del poeta o el poeta de la sierra. ¡Sierra de mi Perú, Perú del Mundo, y Perú al pie del orbe; yo me adhiero! Tranquilo jugador.
Corría el año 1920 y Vallejo había iniciado con fuerza su actividad literaria, haciéndose poco a poco de un nombrecito a nivel nacional. Regresaba de su primer viaje a Lima, donde acababa de publicar los Heraldos Negros, su primer libro de poemas, con relativo auspicio de la gentita local, especialmente del Conde de Lemos, con quien llega entenderse de putamadre. “La génesis de un gran poeta: César Vallejo, el poeta de la ternura”, escribiría Valdelomar en una de las ediciones de la revista Sudamericana, saludando a un “hermano en el dolor y en la belleza, hermano en Dios”. Vallejo comienza a codearse con los ya no ya de la intelectualidad limeña: González Prada, ese anarquista extraordinario, Eguren, Mariátegui, entre otros. “Y yo.. espantado; y como ave que baja a un suelo desconocido y salta y revuela y se posa de nuevo, y ensaya en el punto propicio en que ha de plegar las alas y detener el vuelo, voy pasando los días con uno con otro, y ¡a ninguno me doy todavía! Con el Conde (Valdelomar) creo entenderme más y con él estoy a menudo y me siento mejor” escribe sobre su experiencia en un e-mail, digo, en una carta, a uno de sus entrañables del “Grupo Norte” (O “Bohemia”, como lo bautizarían los críticos limeños).
Vallejo ilustrado ensaya los primeros ecos de un modernismo vital y sombrío. Mueren su madre y su hermano, ay. Más luego el Conde, más luego Valdelomar. La muerte visita las grafías de Vallejo, y le arrincona su guadaña para recogerla en europa, un día del cual tenía ya el recuerdo. Putalacagada. Vallejo tuvo también que decirle adiós a una de sus amadas, Otilia. Ves lo que es/ pues yo ya no/ la cruz da/ luz sin fin. El Trujillo de aquellos días conservaba, en la visión de Espejo Azturriaga –otro de sus grande amigos- : “el aspecto quieto, lento y conventual de sus días coloniales… sociedad cerrada, orgullosa, egoísta, con un sentido bastante medieval de su clase, de sus abolengos, que vivía dentro de un pasado aún no renovado”.
Vallejo ha hecho historia en esta la ciudad, le ha dado vida, ha sembrado amistad, aunque ahora sabe que no ha de volver sobre sus pasos, que la vida en provincia le ha dado suficiente. Estáis muertos. Que extraña manera de estarse muertos, Quienquiera diría que no estáis. Pero en verdad, estáis muertos. Su pueblo andaba de fiesta y va hacía él. Su pueblo entre Leguiistas y Pardistas. Fue el domingo primero de agosto que se levantaron los gandarmes del subprefecto, Ladislao Meza, reclamando sus pagos. Se dice que estaban borrachos. Hubieron disparos, soltaron a los presos, y se armó un desmadre de gran flauta. El subprefecto se hizo presente en el cuartel, y ofreció el pago a los rebeldes, que nunca aceptaron. El grupo de gente que había acompañado a la autoridad se indigna y enfurece. Los gendarmes usan sus armas y cae abatido el ciudadano Antonio Ciudad. La ira del pueblo se cobra con la vida de tres de los gendarmes, huyendo el Alférez Carlos Dubois, al parecer a casa de don Carlos Santa María (familia de nuestro actual embajador en Venezuela), a donde se dirige una muchedumbre crispada, dispuesta a vengar la muerte de Ciudad. Entre ellos se encontraban los hermanos Manuel y César Vallejo.
Registran la casa y no encuentran al sublevado. Entretanto, un grupo de ellos ya habían saqueado la Oficina del Telégrafo. Otros rondaban por las calles, junto al alcalde Vicente Jiménez. Vallejo acompaña al subprefecto a redactar los acontecimientos, y entre la redacción de los partes, unos vándalos saquean e incendian la tienda comercial de los Santa María, quienes estiman sus pérdidas en 20 mil libras de oro, y denuncian a todo el grupo amigo del alcalde Jiménez, entre ellos a tres de los hermanos Vallejo: Víctor, Manuel y nuestro Cholo inoxidable (“por incendio, asalto, homicidio frustrado, robo y asonada…”). Según Espejo y André Coyné (el confidente homosexual de Haya de la Torre en Paris) el asalto e incendio de la tienda comercial obedece en realidad a oscuras rivalidades entre dos familias pudientes de Santiago de Chuco, aprovechados por la euforia del pueblo. Yo siempre he creído –y algunos estudiosos resaltan interesadamente el parecer- que Vallejo había sido el único acusado de los hechos, pero vemos que nones: el poeta fue solo uno de los denunciados, y así debe obrar en el expediente.
Se expide mandato de detención el 31 de agosto por el juez ad hoc Elías Iturri Luna Victoria. Vallejo se esconde en uno y otro lado, hasta que es apresado en la casa del Dr. Andrés Ciudad, uno de los abogados de los inculpados, e inmediatamente es recluido en la cárcel, donde pasará 112 días. Oh, las cuatro paredes de la celda/ Ah, las cuatro paredes albicantes, que sin remedio dan el mismo número. Personaje importante en el juicio sería el abogado Carlos Godoy, quien con entrega total, supo cumplir con la defensa del vate, tanto en el proceso de Trujillo, como también con las requisitorias ante las embajadas en Francia y España, que seguían reclamando la recaptura de Vallejo. En la celda, en los sólidos/ también se acurrucan los rincones… Las celdas duelen en lo más íntimo al poeta, lee de cuando en cuando; muy de breve en breve cavila, y se muerde los codos de rabia, no precisamente por aquello del honor, sino por la privación de su libertad animal. Es fea esta cosa, Oscar (Imaña).
Tanto temía a la prisión el poeta, que mucho antes de su detención, el 12 de agosto, dirige una misiva al diario La Industria, aunque no le dan mucha bola. La carta se publica en “La Reforma”, de su chochera Antenor Orrego. “Me he quedado sorprendido y admirado de la calumnia tan brutal con la que pretende moderme dicho Santa María. Protesto enérgicamente de ella, en tanto hago valer mis derechos en frente de semejante infamia ante la justicia. No faltaba más. Que guarde ese Santa María el fallo penal por tamaña calumnia que hoy denuncio”, se queja. Su salida se debió más a una presión ciudadana que una exculpación de los hechos. Intelectuales, periodistas, universitarios, gente de a pie, incluso el Ministro de Justicia reclaman su liberación. Y sólo me voy quedando/ con la diestra, que hace por ambas manos/ en alto, en busca del terciario brazo/ que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuando/ esta mayoría inválida del hombre. Vallejo, señores, Vallejo para todoelmundo.
Luego de su liberación, el santiaguino retoma su carrera de esteta con una profunda herida en el alma, abierta en los días de la prisión. Publica su segundo poemario, Trilce (sin mayor resonancia, al punto que el viejo LAS lo describe como “incomprensible” y “estrambótica”, expresando que no comprendía cómo un libro tan extraño había llegado a ser escrito), Escalas Melografiadas, Coro de vientos, Fabla Salvaje, entre otros. El reposo caliente aun de ser/ piensa el presente/ guárdame para/ mañana mañana mañana mañana. Vallejo, con su dolor a cuestas y sin poder liberarse de sus antecedentes judiciales, se embarca a Francia, junto a Julio Gálvez, sobrino de Antenor Orrego, no sin antes escribirle a su boga: “Me permito rogarle, si ello no lo distrajera mayormente, tenga la bondad de dar un vistazo por el expediente sobre el juicio de agosto, el que, según me dicen, a vuelto al tapete negro del Tribunal de Trujillo (…) Yo se lo agradeceré con todo el alma”.
He ahí pues el motivo del modesto desagravio, casi nueve décadas después, organizado por la presidencia del Poder Judicial, al mando del Dr. Artemio Francisco Távara, la UNT y el Archivo Regional de La Libertad, que incluye una muestra documental de los certificados de estudios del poeta, fotos, cartas, y el acta que lo nombró Juez de Paz de Primera Nominación de Trujillo.
Vale la intención, pero sin ánimo de aguarle la fiesta a sus organizadores (yo no soy de esos), creo que Vallejo se hubiera caído de espaldas al ver ese cartel tan horrible que han puesto a la entrada del auditorio que lleva su nombre, me parece. ¡Hay que ver! ¡qué cosa, cosa/ ¡qué jamás de jamases su jamás!
No tengo todavía el dato exacto sobre la oportunidad del cumplido, pero creo que no obedece a su fecha de nacimiento (6 de junio de 1893 como proponen Porras Barrenechea y su fiel compañera Georgette; 19 de marzo de 1892, según Francisco Izquierdo; 14 de marzo de 1892, según Juan Larrea; o el 16 de marzo como celebraba con sus patas de Trujillo), el día de los hechos en Santiago (1 de agosto de 1920); la orden de su detención (31 de agosto); su entrada a prisión (6 de noviembre); su salida (26 de febrero de 1921), o su muerte (15 de abril de 1938). Hermano, escucha, escucha…/ Bueno, y que no me vaya sin llevar diciembres/ sin dejar eneros. Tampoco estoy seguro si se ha convocado a la familia del poeta, tratándose, además, de un desagravio a su apellido.
En general, escasa concurrencia en sus fechas centrales. Yo estuve en la segunda, y me pareció que velaban a un muerto, sin parientes, sin magistrados, sin público. Menos mal que por allí se aparecieron Wellington Castillo, Paredes Carbonell, y claro, el sonidista y el maestrito de ceremonias. César Vallejo, parece mentira que así tarden sus parientes/ sabiendo que ando cautivo/ sabiendo que yaces libre/ ¡Vistosa y perra suerte!/ ¡César Vallejo, te odio con ternura/.
Távara ha dicho “que el poeta fue una de las víctimas de las deficiencias del Poder Judicial de esos días, porque le dieron 112 días de cárcel; por eso ahora se ha hecho el evento para limpiar el historial judicial de nuestro gran ilustre literato”. Y vaya que se ha limpiado el historial. Un poco más de consideración/ y el mantillo líquido, seís de la tarde/ de los más soberbios bemoles.
No creo tampoco que sea muy elegante que el “desagraviador” –vamos, alguien tiene que decirlo-, a quien guardo especial estima, haya sido incorporado por el solo hecho al Instituo de Estudios Vallejianos, que –es una pena- de un tiempo a esta parte se ha convertido en un fantasma con notario. Confianza en muchos, pero ya no en uno/ en el cauce, jamás en la corriente / en los calzones no en las piernas/ y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Así se vive el desagravio a César Abraham Vallejo Mendoza, quien sufrió el momento más grave de su vida en una cárcel del Perú, a quien pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro. Bien hecho.
Johnson Centeno

Nadie como él, sin duda. Nadie que se haya revolcado mejor en su orgía de sufrimiento hasta los huesos, nadie que haya escrito en hormas preñadas de estaciones pendientes, nadie que grite con más autoridad los ayes de una prisión en una cárcel del Perú, de una ciudad infortunadamente cáustica y olvidadiza. Ha tenido que pasar un culo de años para organizarse un “desagravio” al Cholo de los pesares, de un jucio pendejo que le metieron los Santa María, “mayordomos” de las fiestas patronales de Santiago de Chuco: la sierra del poeta o el poeta de la sierra. ¡Sierra de mi Perú, Perú del Mundo, y Perú al pie del orbe; yo me adhiero! Tranquilo jugador.
Corría el año 1920 y Vallejo había iniciado con fuerza su actividad literaria, haciéndose poco a poco de un nombrecito a nivel nacional. Regresaba de su primer viaje a Lima, donde acababa de publicar los Heraldos Negros, su primer libro de poemas, con relativo auspicio de la gentita local, especialmente del Conde de Lemos, con quien llega entenderse de putamadre. “La génesis de un gran poeta: César Vallejo, el poeta de la ternura”, escribiría Valdelomar en una de las ediciones de la revista Sudamericana, saludando a un “hermano en el dolor y en la belleza, hermano en Dios”. Vallejo comienza a codearse con los ya no ya de la intelectualidad limeña: González Prada, ese anarquista extraordinario, Eguren, Mariátegui, entre otros. “Y yo.. espantado; y como ave que baja a un suelo desconocido y salta y revuela y se posa de nuevo, y ensaya en el punto propicio en que ha de plegar las alas y detener el vuelo, voy pasando los días con uno con otro, y ¡a ninguno me doy todavía! Con el Conde (Valdelomar) creo entenderme más y con él estoy a menudo y me siento mejor” escribe sobre su experiencia en un e-mail, digo, en una carta, a uno de sus entrañables del “Grupo Norte” (O “Bohemia”, como lo bautizarían los críticos limeños).
Vallejo ilustrado ensaya los primeros ecos de un modernismo vital y sombrío. Mueren su madre y su hermano, ay. Más luego el Conde, más luego Valdelomar. La muerte visita las grafías de Vallejo, y le arrincona su guadaña para recogerla en europa, un día del cual tenía ya el recuerdo. Putalacagada. Vallejo tuvo también que decirle adiós a una de sus amadas, Otilia. Ves lo que es/ pues yo ya no/ la cruz da/ luz sin fin. El Trujillo de aquellos días conservaba, en la visión de Espejo Azturriaga –otro de sus grande amigos- : “el aspecto quieto, lento y conventual de sus días coloniales… sociedad cerrada, orgullosa, egoísta, con un sentido bastante medieval de su clase, de sus abolengos, que vivía dentro de un pasado aún no renovado”.
Vallejo ha hecho historia en esta la ciudad, le ha dado vida, ha sembrado amistad, aunque ahora sabe que no ha de volver sobre sus pasos, que la vida en provincia le ha dado suficiente. Estáis muertos. Que extraña manera de estarse muertos, Quienquiera diría que no estáis. Pero en verdad, estáis muertos. Su pueblo andaba de fiesta y va hacía él. Su pueblo entre Leguiistas y Pardistas. Fue el domingo primero de agosto que se levantaron los gandarmes del subprefecto, Ladislao Meza, reclamando sus pagos. Se dice que estaban borrachos. Hubieron disparos, soltaron a los presos, y se armó un desmadre de gran flauta. El subprefecto se hizo presente en el cuartel, y ofreció el pago a los rebeldes, que nunca aceptaron. El grupo de gente que había acompañado a la autoridad se indigna y enfurece. Los gendarmes usan sus armas y cae abatido el ciudadano Antonio Ciudad. La ira del pueblo se cobra con la vida de tres de los gendarmes, huyendo el Alférez Carlos Dubois, al parecer a casa de don Carlos Santa María (familia de nuestro actual embajador en Venezuela), a donde se dirige una muchedumbre crispada, dispuesta a vengar la muerte de Ciudad. Entre ellos se encontraban los hermanos Manuel y César Vallejo.
Registran la casa y no encuentran al sublevado. Entretanto, un grupo de ellos ya habían saqueado la Oficina del Telégrafo. Otros rondaban por las calles, junto al alcalde Vicente Jiménez. Vallejo acompaña al subprefecto a redactar los acontecimientos, y entre la redacción de los partes, unos vándalos saquean e incendian la tienda comercial de los Santa María, quienes estiman sus pérdidas en 20 mil libras de oro, y denuncian a todo el grupo amigo del alcalde Jiménez, entre ellos a tres de los hermanos Vallejo: Víctor, Manuel y nuestro Cholo inoxidable (“por incendio, asalto, homicidio frustrado, robo y asonada…”). Según Espejo y André Coyné (el confidente homosexual de Haya de la Torre en Paris) el asalto e incendio de la tienda comercial obedece en realidad a oscuras rivalidades entre dos familias pudientes de Santiago de Chuco, aprovechados por la euforia del pueblo. Yo siempre he creído –y algunos estudiosos resaltan interesadamente el parecer- que Vallejo había sido el único acusado de los hechos, pero vemos que nones: el poeta fue solo uno de los denunciados, y así debe obrar en el expediente.
Se expide mandato de detención el 31 de agosto por el juez ad hoc Elías Iturri Luna Victoria. Vallejo se esconde en uno y otro lado, hasta que es apresado en la casa del Dr. Andrés Ciudad, uno de los abogados de los inculpados, e inmediatamente es recluido en la cárcel, donde pasará 112 días. Oh, las cuatro paredes de la celda/ Ah, las cuatro paredes albicantes, que sin remedio dan el mismo número. Personaje importante en el juicio sería el abogado Carlos Godoy, quien con entrega total, supo cumplir con la defensa del vate, tanto en el proceso de Trujillo, como también con las requisitorias ante las embajadas en Francia y España, que seguían reclamando la recaptura de Vallejo. En la celda, en los sólidos/ también se acurrucan los rincones… Las celdas duelen en lo más íntimo al poeta, lee de cuando en cuando; muy de breve en breve cavila, y se muerde los codos de rabia, no precisamente por aquello del honor, sino por la privación de su libertad animal. Es fea esta cosa, Oscar (Imaña).
Tanto temía a la prisión el poeta, que mucho antes de su detención, el 12 de agosto, dirige una misiva al diario La Industria, aunque no le dan mucha bola. La carta se publica en “La Reforma”, de su chochera Antenor Orrego. “Me he quedado sorprendido y admirado de la calumnia tan brutal con la que pretende moderme dicho Santa María. Protesto enérgicamente de ella, en tanto hago valer mis derechos en frente de semejante infamia ante la justicia. No faltaba más. Que guarde ese Santa María el fallo penal por tamaña calumnia que hoy denuncio”, se queja. Su salida se debió más a una presión ciudadana que una exculpación de los hechos. Intelectuales, periodistas, universitarios, gente de a pie, incluso el Ministro de Justicia reclaman su liberación. Y sólo me voy quedando/ con la diestra, que hace por ambas manos/ en alto, en busca del terciario brazo/ que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuando/ esta mayoría inválida del hombre. Vallejo, señores, Vallejo para todoelmundo.
Luego de su liberación, el santiaguino retoma su carrera de esteta con una profunda herida en el alma, abierta en los días de la prisión. Publica su segundo poemario, Trilce (sin mayor resonancia, al punto que el viejo LAS lo describe como “incomprensible” y “estrambótica”, expresando que no comprendía cómo un libro tan extraño había llegado a ser escrito), Escalas Melografiadas, Coro de vientos, Fabla Salvaje, entre otros. El reposo caliente aun de ser/ piensa el presente/ guárdame para/ mañana mañana mañana mañana. Vallejo, con su dolor a cuestas y sin poder liberarse de sus antecedentes judiciales, se embarca a Francia, junto a Julio Gálvez, sobrino de Antenor Orrego, no sin antes escribirle a su boga: “Me permito rogarle, si ello no lo distrajera mayormente, tenga la bondad de dar un vistazo por el expediente sobre el juicio de agosto, el que, según me dicen, a vuelto al tapete negro del Tribunal de Trujillo (…) Yo se lo agradeceré con todo el alma”.
He ahí pues el motivo del modesto desagravio, casi nueve décadas después, organizado por la presidencia del Poder Judicial, al mando del Dr. Artemio Francisco Távara, la UNT y el Archivo Regional de La Libertad, que incluye una muestra documental de los certificados de estudios del poeta, fotos, cartas, y el acta que lo nombró Juez de Paz de Primera Nominación de Trujillo.
Vale la intención, pero sin ánimo de aguarle la fiesta a sus organizadores (yo no soy de esos), creo que Vallejo se hubiera caído de espaldas al ver ese cartel tan horrible que han puesto a la entrada del auditorio que lleva su nombre, me parece. ¡Hay que ver! ¡qué cosa, cosa/ ¡qué jamás de jamases su jamás!
No tengo todavía el dato exacto sobre la oportunidad del cumplido, pero creo que no obedece a su fecha de nacimiento (6 de junio de 1893 como proponen Porras Barrenechea y su fiel compañera Georgette; 19 de marzo de 1892, según Francisco Izquierdo; 14 de marzo de 1892, según Juan Larrea; o el 16 de marzo como celebraba con sus patas de Trujillo), el día de los hechos en Santiago (1 de agosto de 1920); la orden de su detención (31 de agosto); su entrada a prisión (6 de noviembre); su salida (26 de febrero de 1921), o su muerte (15 de abril de 1938). Hermano, escucha, escucha…/ Bueno, y que no me vaya sin llevar diciembres/ sin dejar eneros. Tampoco estoy seguro si se ha convocado a la familia del poeta, tratándose, además, de un desagravio a su apellido.
En general, escasa concurrencia en sus fechas centrales. Yo estuve en la segunda, y me pareció que velaban a un muerto, sin parientes, sin magistrados, sin público. Menos mal que por allí se aparecieron Wellington Castillo, Paredes Carbonell, y claro, el sonidista y el maestrito de ceremonias. César Vallejo, parece mentira que así tarden sus parientes/ sabiendo que ando cautivo/ sabiendo que yaces libre/ ¡Vistosa y perra suerte!/ ¡César Vallejo, te odio con ternura/.
Távara ha dicho “que el poeta fue una de las víctimas de las deficiencias del Poder Judicial de esos días, porque le dieron 112 días de cárcel; por eso ahora se ha hecho el evento para limpiar el historial judicial de nuestro gran ilustre literato”. Y vaya que se ha limpiado el historial. Un poco más de consideración/ y el mantillo líquido, seís de la tarde/ de los más soberbios bemoles.
No creo tampoco que sea muy elegante que el “desagraviador” –vamos, alguien tiene que decirlo-, a quien guardo especial estima, haya sido incorporado por el solo hecho al Instituo de Estudios Vallejianos, que –es una pena- de un tiempo a esta parte se ha convertido en un fantasma con notario. Confianza en muchos, pero ya no en uno/ en el cauce, jamás en la corriente / en los calzones no en las piernas/ y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Así se vive el desagravio a César Abraham Vallejo Mendoza, quien sufrió el momento más grave de su vida en una cárcel del Perú, a quien pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro. Bien hecho.
Johnson Centeno
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