KEIKO, HARVARD Y LA RENOVACIÓN FUJIMORISTA
Por: Steven Levitsky.-
Invitamos a Keiko Fujimori a Harvard porque, guste o no, tiene muy buenas posibilidades de ganar la presidencia. Según la última encuesta de GfK, tiene más apoyo que los demás candidatos juntos. (PPK, que va segundo en las encuestas, vino el año pasado). Como nos preocupa el pasado autoritario y corrupto del fujimorismo, queríamos conocer mejor sus ideas sobre la democracia, los derechos humanos, los conflictos sociales, y, por supuesto, el futuro de su padre.
Soy antifujimorista, pero creo que hay que hablar con los adversarios, sobre todo en democracia. Y una función básica de la universidad es promover al debate. Se aprende poco hablando solo con los que piensan como nosotros. Sería lindo si todos los políticos tuvieran trayectorias democráticas impecables. Pero la realidad es otra. Por lo menos uno de los partidos principales en Argentina, Chile, Cuba, El Salvador, México, Nicaragua, Panamá, Perú, Paraguay y Venezuela tiene un pasado (o presente) autoritario. Pueden no gustarnos los partidos con orígenes autoritarios como el peronismo, el pinochetismo, el sandinismo, el PRI mexicano, o el torrijismo panameño, pero son actores importantes en las democracias actuales. En Harvard he conversado con castristas, sandinistas, chavistas, pinochetistas, y priístas. Invitamos a Uribe y Correa. Negarse a conversar con Keiko, entonces, me parece absurdo.
La visita a Harvard fue arriesgada para Keiko. Somos casi todos caviares—progresistas obsesionados con las instituciones democráticas y los derechos humanos. Y tenemos una regla: los políticos que hablan acá tienen que responder a preguntas del público. Así que Keiko no podía esquivar preguntas sobre temas como la corrupción de su padre, las violaciones de derechos humanos, las esterilizaciones forzadas, la posibilidad de un indulto, y la unión civil. No es fácil responder a preguntas públicas en el territorio de los adversarios. Humala declinó una invitación a Harvard. Cristina Kirchner vino y perdió los papeles.
Keiko tuvo tres reuniones principales: una con estudiantes peruanos, una con profesores, y una charla pública en la tarde. Se defendió bien. Se había preparado. Respondió con calma a todas las preguntas, demostrando agilidad, compostura, y un manejo razonable de varios aspectos de la política pública (los estudiantes peruanos hicieron las preguntas más difíciles sobre la economía, seguridad, educación, salud, y política social). Su performance no fue espectacular, pero dejó una buena impresión. Un amigo antifujimorista lo describió como “sólido.” Otro profesor, que ha participado en las visitas de cientos de políticos latinoamericanos durante sus años en Harvard, dijo que Keiko estuvo “por encima del promedio.’ Y que parecía “presidencial.”
Para mí, lo más sorprendente de la visita de Keiko fue su apoyo a la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Me parece muy positivo. Los mecanismos de justicia transicional peruanos nunca lograron el consenso necesario para funcionar. Si el fujimorismo se incorporara seriamente en la búsqueda de la verdad y la reconciliación, reconociendo los abusos de los noventa (y, por supuesto, introduciendo su propia historia y perspectiva), sería un paso importante hacia la consolidación democrática.
Keiko también me sorprendió con su interés en las políticas redistributivas. Se reunió con la politóloga Candelaria Garay, especialista en las políticas sociales en América Latina, y quedó impactada por la enorme brecha que existe entre el Perú y otros países latinoamericanos en cuanto al gasto social y el alcance de los programas sociales. Y dijo –en público y en privado– que quiere cerrarla.
Keiko también tuvo varias respuestas flojas o decepcionantes. Cuando le preguntaron por los problemas económicos generados por la caída de la demanda china, repitió la línea dominante de la derecha peruana: que el problema principal es Humala, que espantó a la inversión privada, y que ella podrá arreglar las cosas generando más confianza empresarial. No convenció a nadie.
Mostró una orientación demasiado tecnocrática. Su respuesta a casi todas las preguntas sobre las políticas públicas fue “mejor gestión” y “más técnicos.”Pero el problema principal del gobierno de Humala es el déficit político. Después de escuchar a Keiko, me pareció que su gobierno sería parecido al actual: lleno de técnicos aferrados al modelo económico de los noventa, y con un fuerte déficit político.
Las respuestas de Keiko a las preguntas sobre los abusos de los noventa también me decepcionaron. Reconoció varias veces que el gobierno de su padre cometió “errores” que ella no volverá a repetir, pero fue reacia a hablar de crímenes. E insistió que toda la culpa la tiene Montesinos. Este argumento no es creíble en el Perú y tampoco lo fue en Harvard. Keiko deberá reconocer públicamente la responsabilidad de su padre, no solo por errores, sino por los actos criminales —masiva corrupción, violación de derechos humanos—cometidos por su gobierno.
En términos generales, Keiko salió bien de su visita a Harvard. Sorprendió a muchos con su compostura, su inteligencia, y su capacidad política. Harvard todavía no se pinta naranja, pero Keiko ganó el respeto de gente que no simpatiza con el fujimorismo.
Keiko Fujimori ha empezado a girarse hacia el centro. Sabe que perdió en 2011 porque Humala captó al centro y ella no. Por eso, es probable que Keiko siga moderándose. Sus reposicionamientos y nuevas alianzas generarán mucho debate, como ocurrió con Humala en 2011. ¿Funcionará? Nadie sabe. La moderación corre riesgos: genera conflictos internos (hasta con su padre) y podría provocar la salida de algunos fujimoristas históricos. No sabemos todavía cómo afectará a su base electoral.
¿Es sincera Keiko? ¿O simplemente busca engañar al electorado? Para mis amigos progresistas, la respuesta es obvia: después de la tremenda manipulación autoritaria de los noventa, ¿qué credibilidad puede tener el fujimorismo?
Pero tal vez no importa mucho si el giro de Keiko es sincero. Muchas veces, la moderación de los partidos autoritarios surge del pragmatismo electoral. Pueden retroceder, pero no sin costo político. En 2011, muchos opinólogos insistían que la moderación de Humala era mentira, que seguía siendo chavista, y que pronto abandonaría a la Hoja de Ruta. Pero Humala nunca volvió al chavismo, sobre todo porque la presión de la derecha y los medios aumentó el costo de hacerlo. Es posible que un gobierno fujimorista cumpla con sus compromisos democráticos, pero solo la vigilancia de la sociedad podrá garantizarlo.
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