EL MUDO INCORRUPTIBLE

Por Johnson Centeno

Cuando el fondo negro anuncia el final de la peli es inevitable sonreír siguiendo la cadencia de la música que planea adornando la escena mejor lograda de la cinta: el baile del personaje principal con su madre muerta, nariz a nariz, quien por fin le arranca una sonrisita a ese juez marca Perú, pegado a la letra, que de a pocos va recomponiendo su vida después de sufrir un balazo en la garganta. 

“El mudo”, es la segunda entrega cinematográfica de los hermanos Daniel y Diego Vega (la primera fue “Octubre”, competidora en Cannes 2010), y en parte devuelve la confianza en el cine peruano, pues no en balde ha merecido ya reconocimientos en Buenos Aires, España y Toronto. La cinta representa, además, con toda justeza, los primeros escarceos en serio de humor negro en la filmografía nacional, y aunque no sale bien librada de todo, no dan ganas de gritarle a Cinemark que nos devuelva el costo de la entrada.

Confieso que soy bastante desconfiado del cine nacional: lo encuentro tan predecible que hace mucho que no me animo a perder el tiempo con algún experimento en la cartelera local. Pero esta vez era diferente, no solo porque sus directores lo anunciaban como una comedia negra, sino además porque tenía que ver con una ciencia que más o menos amo, y porque se trataba del debut en pantalla grande del buen Fernando Bacilio, actor teatral trujillano, el mejor descubrimiento 2014 de Daniel Vega. 

Fernando ha encajado perfectamente en el personaje; no es un improvisado de cara bonita, y aunque tuvo un momento de temor de continuar con el proyecto, solo su profesionalismo ha podido sacar a flote —en redondos 86 minutos— la esencia de Constantino Zegarra, un juez convencido de la trascendencia social de su ejercicio, que emprende un viaje sin palabras en torno a su propia tragedia, que lo lleva a pensar que existe un complot para eliminarlo, redefiniendo sus propias nociones sobre la justicia.

El sino del personaje reside en que toda la peli se la pasa dando vueltas sobre su caso, cabizbajo y desafiante a la vez, gesticulando de una forma tal que deja a todo su reparto en calidad de extras y se lleva solito los aplausos. Las escenas de ducha con Norka Ramírez (la esposa) no convencen, tal vez debió incluir una cuota de gemidos típicos de las cintas nacionales, aprovechando la frescura y redondez de sus senos. Faltó sexo. En general, no hay nadie que haga sombra al personaje central, y esa puede ser una falencia en la cinta: la complejidad de una peli exige que los protagonistas compitan entre ellos, pero al parecer los Vega quisieron contar una historia lineal, donde un hombre que administra justicia resulta preso de sus propios demonios. Lo lograron.

Si bien la trama es muy solvente puede costarle al espectador involucrarse con la circunstancia del licenciado Zegarra, dado que no es explícita en sus detalles, y la griscitud de sus locaciones provocan el sopor de las cintas de bajo presupuesto; cuando uno logra atar cabos, viene el desenlace inesperado, apelando a la complicidad de la platea, a riesgo de imputación.

Constantino nació circunspecto de cara, continente. Las leyes le vienen por ambos lados, padre y madre, y aunque su ejercicio le ha granjeado una fama de ‘canero’, él está convencido de su rectitud. De pronto, las circunstancias lo han puesto contra la pared, encima la esposa trabaja de noche, y su hija adolescente le ha confesado que no quiere estudiar Derecho. Se pone a llorar como un niño tierno. Nunca sabemos con seguridad qué es lo que piensa ni cuál será su próxima movida, haciendo gala de un misterio por ratos asfixiante, pesado, solo salvado por las contadas notas de humor del argumento.

Bacilio ha pasado con creces su prueba de fuego, y habrá que ver si lo llaman a otros papeles y puede demostrar otras cosas. No se va a quedar de mudo todo el tiempo.