EL CONSPIRADOR DE UTOPÍAS
Por Paula Moreno.-
Me queda imposible no hablar de Gabo, a quien conocí unos pocos días después del anuncio de mi nombramiento como Ministra de Cultura, en mayo del 2007, cuando me invitó a su regreso a Aracataca en el tren de Macondo. Gabo es una de las personas más especiales que he conocido, más que por su fama, por su ser.
Cuando lo conocí llegué muy discreta, solo quería expresarle mi admiración. Era un honor estar ahí con él, en ese tren de Macondo,
con Mercedes, junto a muchos de sus amigos; junto a Juan Gossaín y Antonio José Caballero (q. e. p. d.), quienes transmitían con emoción ese momento. Él solo repetía: “... y dicen que Macondo no existe”; él sabía el valor para el mundo de la narración que hizo del paisaje de la gente de la Colombia profunda, cotidiana y real, que no se ve ni se narra con frecuencia, aun en nuestros días.
con Mercedes, junto a muchos de sus amigos; junto a Juan Gossaín y Antonio José Caballero (q. e. p. d.), quienes transmitían con emoción ese momento. Él solo repetía: “... y dicen que Macondo no existe”; él sabía el valor para el mundo de la narración que hizo del paisaje de la gente de la Colombia profunda, cotidiana y real, que no se ve ni se narra con frecuencia, aun en nuestros días.
Yo admiraba a Gabo por muchas razones. Por ser un ser en quien pude apreciar el peso de lo humano. Cuando apenas comenzaba en el Ministerio, me temblaba todo: las piernas, la voz... en la Feria del Libro de Guadalajara en honor a Fernando del Paso y a Álvaro Mutis. Estábamos sentados al lado y, viendo mi cara de angustia, él me repetía, buscando serenarme: “Paula, nos representas muy bien, eres muy buena...” y levantaba sus manos haciéndome los gestos de que estábamos juntos en eso y que yo podía. Esos gestos se repitieron en varios momentos en los que coincidimos, al igual que cuando me llamaba para saber cómo estaba y a hacerme algún chiste, siempre inesperado y auténtico. Incluso, alguna vez que me atreví a pedirle un autógrafo, sólo escribió: “Su súbdito”. Él, siendo maestro, sabía compartir, dar valor y ser deferente con alguien como yo, que apenas conocía.
Me encantaba su comprensión de la diversidad cultural de este país. Él supo abordar esa riqueza aún escondida del país sin etiquetas, visibilizando los personajes locales que construyen la historia, esa historia que en su mayoría no se cuenta desde ellos, marcada por el valor de lo propio, de múltiples colores, músicas, mezclas... Ese valor de la provincia, del Caribe. Ese Caribe que él representaba a plenitud en su desparpajo, en su irreverencia, en la capacidad de disfrutar y ser cálido, rompiendo los paradigmas de la intelectualidad, para posicionar ese pensamiento sólido, maduro y profundo de las costas, de la periferia, en un país centralista. Él abordó ese otro país, el de la periferia, con dignidad y el peso que merece; no lo narró ni trivial, ni exótico, ni banal. Al mismo tiempo, lo combinó con esta permanente radiografía de las élites, y desde las dos orillas conmovió nuestro sentido del poder, de lo cotidiano, de lo diverso.
Yo admiraba también a Gabo por ser conspirador de utopías. Recuerdo cuando, en su casa, me invitaba al conspiradero, el lugar donde se actualizaba y compartía sus opiniones sobre el país. Yo creo que Gabo “nunca se fue”, el país era su gran obsesión, la paz, el liderazgo político. Sin embargo, al final de la conversación había espacio para echar chisme sobre uno... con preguntas como: Paula, ¿y el man cómo se porta? Le interesaba la persona, con esa forma fresca que lo hacía más joven que muchos jóvenes.
Maestro, esta es una nota de agradecimiento que espero llegue al cielo, que debe ser el conspiradero mayor, y la excusa para permanecer impregnados de Usted. Así como me dijo alguna vez, esa es la maldición, reconocerse y valorarse, en un país donde excesivamente se personaliza para descalificarse, yo solo quisiera que en su caso se le profesara el cariño cierto que en su legado usted le profesó a esta nación siempre.
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