A LA MUJER, NI CON EL PÉTALO DE UNA ROSA

Por Ramón Requena. Periodista (*)

Todos, por lo menos en el Perú, tenemos una tía Julia. La mía está en Barranca, a tres horas de Lima al norte, y es después de mi tía Félida, ya fallecida para infierno mío, la tía que más quiero y la que más me ha dado a pesar de no poseer casi nada.

Nuestro Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, suerte la de él, también tuvo una cuando sólo era un chico de Miraflores al que llamaban “varguitas” y escribía cuentos para esperar angustiado su publicación en El Comercio de la época, cosa que no siempre le resultaba y eso hería profundamente su orgullo de escritor frustrado, le dolía en su ego perfeccionista y debía de tener inconfesables rabietas, pues su carácter, lo conocimos bien los periodistas durante su campaña presidencial en 1990, no es el de una manzana dulce.

Pero varguitas no amó a su tía Julia como todos amamos a las nuestras, casi un sentimiento profundo hijo-madre; él, joven, inteligente, egoísta, ambicioso y de cierta forma algo mefistofélico y trágico, varguitas, macho al fin y al cabo, cometió la fatal imprudencia de enamorar a su tía. Es cierto que “Julita” no era su pariente carnal, pero en los años 50 del siglo pasado, igual, resultaba una aberración social pretender sentimentalmente a alguien de la familia.

Lo sé, ocurre en las mejores familias. ¿A quién no le ha sucedido? Por lo menos a los chicos de mi generación, no sé ahora, pero solíamos jugar con las primas al “papá y la mamá”, y la verdad, esos juegos al calor de la noche, de inocentes tenían poco. Pero era entre niños y no con la tía.

Varguitas en cambio, se robó a su tía y como buen romántico que era, no paró hasta casarse con ella. Valiente y soñadora la tía que venía de otro `escándalo`, un divorcio reciente, y peor, sabiendo además que varguitas era menor de edad y ella 10 años mayor que él. O sea, todos los ingredientes para que las viejas de ayer, todas muy católicas, con mantilla negra y a media voz saliendo de misa, rajaran a su reglado gusto de esta belleza latina de gran personalidad, culta, piernas largas, manos finas, figura esbelta y distinguida, cabellera de un negro profundo, mirada dulce y sincera, mentía mal y sentía un profundo desprecio por el engaño.

Se fueron a vivir a Paris con ilusiones y grandes proyectos, pero solo uno de ellos pudo concretizarlos. Ella fue vulgarmente echada del hogar conyugal después de casi ocho años de martirios psicológicos y privaciones materiales que fue esa relación desigual. Su esposo, vaya uno a saber por qué, ya nunca fue el mismo joven enamorado y caballero rescatando su doncella, sino que le apremió la maldad y una patológica violencia, vomitó todo su brutal machismo, su egoísmo se hizo más severo y la cacheteó mil veces con su descomunal indiferencia. Ni con el pétalo de una rosa, no, le dio hasta con las espinas.

“Cuando conocí a varguitas, en modo alguno llegué a sospechar que, a su lado, habrían de transcurrir los años más felices e intensos de mi vida y también los momentos de mayor tristeza, desencanto y amargura que cualquier mujer pueda soportar”, así inicia su famoso libro Julia Urquidi.

Esa mujer, que un día llegó a Lima sólo con sus maletas, tuvo la grandeza de obsequiarle al mundo a Vargas Llosa escritor y Nobel, y nunca pidió nada a cambio, vivió sencilla y lejos de la fama de su ex luego de su dolorosa separación. “Estoy seguro de que sin ella Varguitas no hubiera despegado ..”, lo dice Jorge Coaguila, escritor. “La historia de la literatura latinoamericana no sería la misma sin Julia Urquidi ..”, escribe Freddy Molina Casusol, autor del blog Bitácora de Navegación.

La tía Julia, nuestra Tía Julia, murió a los 84 años el 10 de marzo del año pasado en Santa Cruz, Bolivia, aquejada por el vicio de los finos cigarrillos Big Ben. Ella no pudo ver el final de su obra maestra, el destino, por esas cosas que los humanos manejamos mal y Dios no ha perfeccionado, siempre jugó en su contra.

Mario Vargas Llosa, recibió el premio Nobel el 07 de octubre último, el mismo año de la desaparición de su musa y protectora, y en su discurso, durante la sesión de gala en Suecia, tampoco tuvo la hidalguía de recordarla; ni una sola línea, ni siquiera su sonoro nombre. Mezquino. Esta vez, otra mujer, sentada en primera fila oronda y lujosa lo amenazaba, igual de diabólica y más engreída que nunca, prima hermana del escritor y además hija de la hermana de Julita, fue la fémina que por los años 60 convirtió el matrimonio Vargas-Urquidi en un triángulo amoroso que terminó por desterrar a Julia de Paris para siempre. Patricia se convertiría así en la segunda esposa de Mario. Bonita familia.

En 1977 varguitas, más marketero que nunca, ya era famoso, nos ofreció en bandeja de plata a su tía, “La tía Julia y el escribidor”, y la historia de esa gran mujer empezó a abrirse paso ante los ojos asombrados del mundo sin que el autor calculara que inmortalizaría literariamente al personaje. La Tía Julia, una verdadera tumba de silencio hasta ese momento a pesar de lo evidente de su desgracia, no lo pudo soportar y respondió a esa patraña con su verdad: “Lo que varguitas no dijo”. Un éxito de librerías desde su aparición en 1983 que, curiosamente, varias editoriales se negaron a publicar al inicio.

El pasado 30 de mayo fue el cumpleaños de la Tía Julia, y, los peruanos sobre todo, debemos recordar y rendir homenaje a esta mujer por lo que fue y lo que es, porque nos dio un Nobel aunque el beneficiado no resultase tan noble sino más bien macho … y porque todos tenemos una tía Julia y la mía está en Barranca.

(*) Desde Francia