FERNANDO BARRIOS LEÓN

Por Raúl Mendoza Cánepa

Conocí a Fernando Barrios (el bueno, no el otro) hace seis o siete años, cuando, por alguna razón, me convocó para darle cuerpo al Partido Liberal, del que era su cabeza y uno de sus más apasionados artífices. La suya era una carrera por la libertad, por el portento de reconstruir lo que fue el Movimiento Libertad de Vargas Llosa.

Si bien no lo logró, su aspiración fue siempre convocante, reunir a un grupo de liberales que desde la intelectualidad y el trabajo político pudieramos fundar una opción diferente. Mientras reunía a jóvenes liberales para el reto parlamentario, nutría nuestras bibliotecas con lo más sustancioso de las lecturas liberales: Hayek, Rothbard, Mises. Barrios vio en nosotros lo que otros pudieran haber soslayado y nos dio de beber en sus diálogos de la fuente liberal más genuina.

Fue por iniciativa e intermedio del buen Fernando que varios de los que hoy poblamos la lista parlamentaria de Adelante (cuatro o cinco, en realidad), llegamos a este nuevo partido, forjado por Rafael Belaunde en la línea de un liberalismo diferente, peculiar, afincado en el principio de ciudadanía y de una libertad sustentada desde los más pobres.

Justamente cuando las elecciones internas en Adelante definen el nuevo sino, Fernando se marcha, no sin perder el rastro humano de sus lecciones ideales y sencillas.

Pero Fernando fue más que un político, un amigo, y no cualquiera, sino un amigo dispuesto, presto a batirse con los problemas ajenos, asumirlos como suyos. Era, en mayúscula, un fraterno oído, un hombre cabal, un liberal consecuente.