NAVIDAD EN MOCHE

Pero no nos engañemos, el nombrecito de este lugar pude sonar ‘pituco’, pero en realidad es un bolsón más de esa pobreza que hoy en día caracteriza al pueblo mochero, en notable contraste con los habitantes que erigieron la zona, dominándola, y que desarrollaron una civilización a lo largo de la costa.
Donde antes había imponentes construcciones como las Huacas del Sol y la Luna, templos asociados a ritos calendáricos cimentados en superposiciones de barro que iban renovándose cada cierto periodo (como explica el arquitecto José Canziani, en su más reciente trabajo “Ciudad y territorio en los Andes”), hoy el desarrollo del lugar se ha detenido en el tiempo, y sus usos y costumbres son tradiciones a punto de extinguirse como los dinosaurios. Alrededor de los adobes moribundos, se levantan pequeños asentamientos humanos rematados con polvo y esteras. Este lugar es uno de ellos.
Cuando fui a hacer las coordinaciones me di con la sorpresa de que yo resultaba siendo más mochero que ellos (por mi apellido), pues quienes regentan el Comedor y el mismo alcalde vecinal son migrantes venidos de Cajamarca, Abancay, Puno, y otros lugares especialmente del sur. Don Guillermo Mosqueira, alcalde vecinal, me cuenta que en este sector viven cerca de 150 familias, la mayoría dedicada a la pequeña agricultura y la construcción de ladrillos. El comedor es un ambiente multiusos: Sirve además para sus asambleas, celebraciones, y actualmente también para el afianzamiento a menores de 12 años gracias a la organización italiana “Pininos”.
Entre los problemas que tenemos, dice don Guillermo, están la falta de agua, el saneamiento, y la educación. Yo hago las gestiones pero la gente no colabora, y hay muchos gastos entre el papeleo y los viajes a Trujillo, se queja. Otro grave problema es que la gente tiene muchos hijos. Incluso por estas épocas algunos dicen que deben tener más hijos, pues “a más hijos, más regalos”.
Algunos chiquillos del Comedor, que han venido siguiendo nuestra charla, me detienen a la salida del local y me piden que les traiga un play station, otro quiere un carro a control remoto, y otro una nave espacial con luces de colores. Yo contengo la respiración pues no creo que nuestros regalos den para mucho. Luego tomo un mototaxi fosforescente, cuyo conductor –advierto- tiene un ojo de vidrio, y no para de tararear las canciones del Grupo 5. Me pregunta de qué parroquia de Trujillo soy, y si puede también traer a sus hijitos, aunque sean de otra zona. Claro, le digo, pero por favor vaya con cuidado.
El día señalado para la actividad no podría ser mejor. Mi amigo el famoso “Muchachón”, siempre muy animoso en la organización de este tipo de actividades (ver su transformación en el “Payasito Muchachón” en la Navidad del año pasado), ha recolectado algunos juguetes de sus mejores clientes (tiene una pequeña empresa de lavado de alfombras), panetoncitos, y yo he hecho lo propio con los regalos de Clau, Mónica Honores y Nena Mantilla. Mientras mi sobrino Juhnior se encarga de forrar algunos regalos, Katy se ha animado a comprar algunos más apenas salida de su trabajo en El Cultural. Junto con el emprendedor Werner (hoy autodenominado “Elio”) iremos en su movilidad.
Ocurre que como este año no tendríamos “Dalina” (nos habíamos resignado pues Nena, la indiscutible reina de mi promo, cumpliría similar actividad en Huanchaco), prácticamente a último minuto se ha sumado la modelo y animadora más cotizada de la city: Diana Ayay, quien además ha tenido un fatigado fin de semana colaborando con similares eventos en partes alejadas de la ciudad. Diana, profesora de inicial, conoce la psicología de los niños, y sabe de lo que se trata el evento así que no necesita mucha explicación. Diana desde un comienzo sonríe fácil con todos, y su sencillez es un coste agregado que la realza. (Diana, profesora de inicial, pienso, yo quisiera ser tu niño malcriado). Así que si Huanchaco tiene a su Nena, vamos, nosotros tenemos a Diana.
Cuando el auto de Kat, achicharrado por el sol, gana una cuesta medianamente empinada para llegar a Las Torres, otros vehículos ya se han impuesto al territorio, y algunos llevan el logo de la Caja Trujillo. Y es que el alcalde vecinal ha coordinado con esta institución un show para los niños de este asentamiento, y cuando llegamos todos (aproximadamente unos 150 niños) se encuentran disfrutando de los bailes de una simpática “mama noela”, tomando chocolate y recibiendo algunos regalitos, siempre a la orden de una séñora con pinta de “sargento” que, megáfono en mano, los tiene ordenados como soldaditos.
Buena labor la de la Caja. Uno de sus encargados me dice que ahorita mismo hay otros cuatro lugares apartados donde la institución ha programado similares fiestas navideñas para niños de escasos recursos. Pues me alegro de veras, y creo que gestos como estos deberían multiplicarse por estas fechas. Me pregunta además si le puedo dar el número de la chica alta y delgada que nos acompaña y que no pasa desapercibida. Ya cuñao.
De suerte que los mocosos no podrían estar más felices con este evento a doble mano. Los regalos que llevamos serán especialmente para los más pequeños, y el ambiente del comedor se convierte en un horno a la hora de la repartición. Un gringo que nunca falta por estos lados, ha venido a tomar fotos, y llama la atención no solo por su contextura (debe pesar unos 200 kilos), sino porque no se anima a entrar al horno donde se sancochan los niños y los juguetes. Con su cámara modernísima atina a disparar desde fuera del local, sorprendiéndose por cada gestos de los infantes, que en un sol abrasador beben chocolate caliente en un vaso de tecnopor. ¿Tienes sed, gringo?, le pregunto, Oh no, no, responde. Yo estar bien así tomando fotos a los cholitos.
Mientras hacemos tiempo todos vamos en busca del mar, a iniciativa de Katy, quien luce relajadísima caminando descalza. Y es que “Las Torres” tienen a escasos 100 metros al suroeste, una playa apacible que invita a mojarse los pies; un placer que nadie puede resistirse, salvo el “Muchachón”, que ha quedado prendado del celular de Diana, desde donde nos filma chapoteando en las orillas.
Cuando estamos de vuelta, y a la hora de la repartición, los niños se aglomeran pero se detienen a la voz de la “sargento”, sin la cual todo esto sería un tremendo desorden. Carritos, muñecas y peluches van a las manos de estos niños que agradecen con una sonrisa cada cosa que les das. Yo puedo distinguir la luz en sus ojos, especialmente de los más pequeños. Ojalá tuviéramos para todos. Diana se encarga de los últimos, y los coordinadores se aseguran que todos los que tienen en su lista se lleven algo entre manos. Veo a lo lejos a don Guillermo Mosqueira, satisfecho por la organización de su evento. Todos por los niños, don Guillermo, todo por los niños. Feliz Navidad.
Un agradecimiento especial a “Muchachón”, Katy, Clau, Diana, Moni, Nena, Jhunior y Wer.
AQUÍ ALGUNAS VISTAS:



Kat, pasito a paso

Comentarios
http://elcomercio.pe/impresa/notas/reflexiones-copenhague/20091226/386171
Saludos. V. G,.