ENTREVISTA A CARLOS BELMONTE

"Leeremos y manipularemos el cerebro como queramos"
Envío de M. A. Ledesma

Este prestigioso científico es experto en los mecanismos del dolor y el funcionamiento del cerebro. Cree que las posibilidades de manipularlo y estimularlo serán pronto un desafío ético.

Cuando llegamos al despacho de Belmonte nos lo encontramos debajo de la mesa. Está intentando instalar un ventilador bajo el ordenador. Se ha estropeado el aire acondicionado en todo el edificio del Instituto de Neurociencias de Alicante debido a la cantidad de energía utilizada para un experimento con animales. No parece muy preocupado por ello. Está contento con el premio que le acaban de otorgar (el Premio Nacional Gregorio Marañón de Medicina) y con hablar del avance de la ciencia.

Belmonte fue el fundador de este instituto, en 1989, y su director hasta hace dos años. "Cuando llevas tanto tiempo en un cargo así empiezas a levitar y eso no es sano", bromea. Ha recibido varios premios, entre ellos el Jaime I de Investigación y, este año, el Gregorio Marañón, que suele distinguir una trayectoria completa. Hace dos años fue nombrado presidente de la Organización Internacional para la Investigación del Cerebro (IBRO en sus siglas inglesas), que aglutina a 70.000 neurocientíficos de más de 80 sociedades científicas de 111 países, un puesto muy adecuado para una persona a la que quitan el sueño los desafíos éticos a los que el mundo tendrá que enfrentarse en breve, dadas las posibilidades de manipular el más complejo de nuestro órganos: el cerebro.

—¿Qué ha aprendido usted del dolor durante todo este tiempo de investigación? ¿Es totalmente controlable?
—El 95% del dolor es controlable. Ya hace mucho tiempo que se descubrieron los opioides como analgésicos y se ha avanzado muchísimo en el tratamiento del dolor. Pero todavía estamos muy detrás de lo que deberíamos estar porque hay unas influencias culturales que frenan su desarrollo. Por ejemplo, se sigue infrautilizando la morfina, que es un estupendo analgésico, por miedo de los médicos, cuando científicamente tenemos muy claro que se puede utilizar en periodos largos y grandes concentraciones. Se teme que genere dependencia, por ejemplo, cuando en los pacientes con dolor intenso se ha comprobado que aquélla se reduce. Hoy se están descubriendo nuevos analgésicos excelentes, con menos efectos secundarios.

—De hecho es en lo que ustedes han trabajado.
—Sí. Ahora estamos haciendo una cosa muy interesante: buscando la relación entre dolor y frío. Estamos analizando cómo el frío genera dolor y cómo el frío a nivel visceral puede producir sensaciones muy desagradables, como cuando se toma uno un helado o una horchata granizada.

—¿Se puede anular por completo el dolor, inhibiendo la parte del cerebro donde se genera esa sensación?
—Totalmente. La señal del dolor va de la periferia (la piel, por ejemplo, cuando te quemas) a la médula espinal y ahí va dando saltos en distintos niveles del sistema nervioso hasta que llega a la corteza, que es donde se aloja la sensación consciente de dolor. Hay otras zonas que alojan las emociones del dolor. Son zonas separadas, de forma que se pueden separar selectivamente unas u otras. Así que hay pacientes que tienen dolor, pero no lo viven emocionalmente como desagradable, y, al revés, dolores en principio nimios son insoportables para algunos.

—¿Están ustedes fotografiando cada milímetro cuadrado del cerebro como otros fotografían cada palmo de la Tierra?
—Sí, estamos descomponiendo, desarmando. En el caso del dolor hay otra parte interesante. Nosotros disponemos de un sistema para defendernos del dolor. Cuando un animal es atacado, puede defenderse o huir, y para ninguna de las dos cosas es recomendable que sienta dolor. De hecho, no lo siente. Es bien conocido que en la batalla los soldados no sienten dolor cuando son heridos. En esas situaciones extremas se activa un sistema del organismo que inhibe el dolor.

—De manera que el desafío es hallar analgésicos que activen ese mecanismo sin producir efectos secundarios.
—Claro. Que sean específicos. El problema más importante en el sistema nervioso es la especificidad, encontrar lo que actúa de manera selectiva en el circuito que quieres modificar. El problema es que el sistema nervioso no tiene receptores diferentes para cada cosa. Lo que varía es la manera de conectarse entre ellos. A nivel químico, si bloqueas un tipo de receptor, como hacen los opiáceos contra el dolor, activas al mismo tiempo el sistema de recompensa.

—Volviendo al principio, decía usted que el 95% de los dolores ya se pueden controlar, pero lo cierto es que ese avance no ha llegado todavía al ciudadano ni siquiera de un país desarrollado como el nuestro.
—Es cierto. No se controlan de hecho el 95% de los dolores. Pero tenemos las herramientas y, de hecho, tenemos tratamientos para una gran parte de los dolores. El problema es que la gente pide milagros, resultados inmediatos, y la ciencia no funciona así. Avanza a pequeños pasos, que, en perspectiva, son enormes. A mí me impresiona, por ejemplo, la velocidad con la que progresa el conocimiento del cerebro. Es apabullante. Y la sociedad no es consciente de la influencia y el debate ético que va a suponer todo lo que podremos hacer con el cerebro.

—Aparte del desafío ético que va a suponer la manipulación del cerebro, habrá que aceptar en el futuro esas diferencias entre hombre y mujer y quizá entre un europeo y un chino o entre un blanco y un negro.
—Exactamente. Y habrá que tener muy en cuenta el componente hereditario. Porque cada uno tiene una determinada carga genética para que el cerebro acabe conectando todos sus circuitos de una manera automática. Lo que llamamos inteligencia está genéticamente muy predeterminada, lo que quiere decir que es imposible ir más lejos que eso. Un cerebro se puede llevar al máximo, pero no por encima de su capacidad genética.

—Dice usted que lo más sencillo es empeorar el cerebro y muy difícil mejorarlo. ¿No hay esperanzas gracias a las investigaciones sobre células madre y regeneración de tejidos?
—En el sistema nervioso, por supuesto. Pero regenerar un cerebro que ya es adulto es algo de lo que estamos muy lejos. Puedes lograr que algunas zonas lesionadas se regeneren, pero lo importante del cerebro no son tanto las neuronas como las conexiones. Tenemos 100.000 millones de neuronas, y cada una de ellas, 1.000 conexiones que forman un circuito determinado.

—¿Sería más sencillo simplemente corregir? ¿Lograr que una persona obsesiva o triste por naturaleza sea un poco más optimista y un poco más feliz?
—Claro. Conocemos qué es lo que pasa si hay un circuito neuronal que funciona anómalamente, como es el caso del obsesivo compulsivo. Le bajas la actividad de los canales de sodio y cambia. Ocurre algo parecido con la depresión. Administras a un depresivo un bloqueante de la recaptación de la serotonina y al día siguiente está como una rosa. Lo que pasa es que todo esto lo hacemos groseramente y se puede llegar a hacer mucho más finamente. La cuestión es dónde pones el límite, dónde paras. ¿Vamos a tener a todo el mundo siempre contento? ¿Es a eso a lo que aspiramos? A lo mejor entonces ya no trabajamos, porque no tenemos otra recompensa. Es muy complicado. Es un verdadero debate ético para la sociedad del próximo futuro.

—Sí, porque además se puede cambiar la personalidad de la gente. Convertir a alguien en lo que no era.
—Efectivamente. Pero imagine situaciones. Conviene controlar la agresividad, pero esa misma agresividad en un determinado individuo puede ser muy útil en el trabajo. Los límites entre lo bueno y lo malo de la personalidad de la gente son muy difusos.

—Y a través de los fármacos podemos estar volviendo de alguna manera a la tan criticada lobotomía.
—Fue criticada, pero su impulsor ganó el Premio Nobel. Pero sí, podemos hacer que todo el mundo sea bueno y algo estúpido. Y también se puede utilizar la electroestimulación cerebral para que la gente tenga vivencias tan reales como las de verdad. La utilización de la imagen cerebral en juicios ya se ha empezado a plantear, porque se puede ver claramente si alguien miente o no. Todavía no se ha establecido el procedimiento que asegure en términos legales los resultados, pero lo cierto es que cuando se ilumina una determinada parte del cerebro sabemos que alguien miente como un bellaco.

—Sería una máquina de la verdad, pero rigurosa.
—Claro. Le voy a poner otro ejemplo de los desafíos a los que nos enfrentamos. El sentido de la responsabilidad es un concepto muy discutible en términos neurológicos. Hay un experimento también increíble. Se pone a prueba a una persona para que elija entre salvar a un niño o salvar a diez ancianos. No puede hacer ambas cosas a la vez. Pues bien, registrando la actividad cerebral de la persona que va a decidir, sabemos 100 milisegundos antes de que lo haga que va a salvar al niño o a los ancianos. Podemos saberlo e incluso estimularle de manera que tome una decisión distinta. En los dos casos, el individuo aportará una explicación racional a posteriori sobre la decisión tomada.

—¿Eso se va a poder hacer?
- Bueno, de momento es sólo un experimento de laboratorio, pero explica de alguna manera que las decisiones supuestamente libres se toman en un 80% basándose en información subconsciente. Decidir que es mejor salvar una vida que empieza que diez ya cumplidas es una explicación que el individuo hace basándose en elementos emocionales en activación por un montón de cosas que no tiene ni idea que están en su cerebro. (Gabriela Cañas. El País)
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Comentarios

Anónimo ha dicho que…
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Medicina General ha dicho que…
Los opioides narcoticos son muy usados para el tratamiento del dolor pero los medicos son los unicos que la pueden prescribir…
La codeína es una sustancia que también proviene de la morfina y se utiliza para la elaboración de jarabes contra la tos. Los efectos al consumirlas y las consecuencias de esta droga son peligrosos. Uno de sus principales efectos es que mitigan el dolor, razón por la cual se usan como analgésicos. Su consumo provoca euforia, despreocupación, relajación y bienestar. Más tarde el usuario se vuelve introvertido y solitario. Paralelamente se pueden presentar nauseas y vómito, sensación de calor y depresión.

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