NUEVA VACANCIA, VIEJAS LECCIONES
El Perú vuelve a tropezar con su propia historia. La reciente vacancia de Dina Boluarte, aprobada por el Congreso en medio de denuncias por corrupción, pérdida de legitimidad y aislamiento político, marca otro episodio en la larga cadena de crisis que definen la política nacional. Desde 2018, ningún presidente ha llegado a completar su mandato. Las destituciones sucesivas no solo evidencian un vacío de liderazgo, sino también una fractura estructural entre el Ejecutivo y el Legislativo.Más allá del desenlace, la salida de Boluarte deja varias lecciones: la fragilidad de las instituciones, la volatilidad de las alianzas y la urgente necesidad de una reforma política que devuelva algo de estabilidad —y de fe— a los ciudadanos.
La caída de la presidenta no fue producto exclusivo de la oposición, sino del abandono sistemático de sus antiguos aliados, aquellos que al inicio la arroparon para preservar el orden y que, cuando el costo político se volvió insoportable, se desentendieron con rapidez quirúrgica.Fuerza Popular, por ejemplo, el partido de Keiko Fujimori, que defendió su continuidad bajo el argumento de la “estabilidad institucional”, prefirió dar un paso al costado cuando estalló el escándalo del “Rolexgate”. En otras palabras, el fujimorismo decidió salvarse solo, evitando pagar el precio de respaldar a un gobierno que ya era sinónimo de impopularidad.
Lo mismo ocurrió con un sector del Bloque Magisterial y con Alianza para el Progreso, fuerzas que en 2023 la habían apoyado en votaciones decisivas y que, frente a la presión regional y el temor de perder terreno electoral, optaron por desmarcarse.El gabinete, desgastado por renuncias y disputas internas, tampoco supo ofrecer una defensa coherente en el Congreso. En este contexto, Boluarte ya estaba sola: sin bancada, sin respaldo político y con una desaprobación que rozaba el límite de lo imaginable. La votación final no fue más que la formalidad de una sentencia que todos daban por escrita.
Y es ahí donde se esconde la verdadera enseñanza de esta historia. Dina Boluarte no cayó por el empuje de la oposición, sino por la silenciosa traición de quienes la habían sostenido.Fuerza Popular, que durante meses habló de “unidad nacional”, de pronto descubrió su sentido de la moral justo cuando las encuestas le empezaron a pasar factura. Alianza para el Progreso, que había negociado ministerios y cuotas de poder, amaneció también redimida: lo que ayer era “gobernabilidad” se convirtió, casi por arte de magia, en “incapacidad moral permanente”.
Incluso parte del Bloque Magisterial, que compartió el timón en momentos cruciales, saltó del barco minutos antes del naufragio. Nadie quiso quedar en la foto final. Así, los exsocios de Boluarte no solo la dejaron sin defensa, sino que se quedaron cómodamente con el control de la cancha: un Congreso fortalecido, cuotas aseguradas y espacio suficiente para seguir jugando al poder sin mancharse demasiado. En el Perú, la lealtad parece durar lo que dura el apetito político. Y cuando ese apetito se sacia, la conciencia moral siempre aparece a tiempo para posar en la siguiente portada.La vacancia deja al país frente a una nueva crisis de sucesión y con el fantasma de unas elecciones anticipadas cada vez más plausible. La inestabilidad se ha convertido en parte del paisaje: seis presidentes en menos de diez años, una cifra que ya no sorprende, pero sí desgasta la fe ciudadana y vacía de sentido la palabra “democracia”.
Pensando en las elecciones de 2026 —si es que llegamos a ellas—, la lección es evidente: el país no puede seguir atrapado en un modelo donde el Congreso y el Ejecutivo se neutralizan mutuamente. La ciudadanía no solo pide nuevos rostros, sino un pacto mínimo de gobernabilidad, reglas que limiten el uso arbitrario de la vacancia y un sistema que garantice control sin colapso.Mientras tanto, el Perú continúa caminando en círculos, repitiendo su propia historia con la precisión de un reloj suizo. La pregunta que persiste es si esta vez los políticos entenderán el mensaje o si el país seguirá condenado a ver desfilar presidentes efímeros y congresos que se perpetúan en el poder



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