LA “AVENTURA” DE SER PRESIDENTE
Por Johnson Centeno.-
Se observa a lo lejos, como una sombra que se extiende suavemente, apenas visible, pero suficiente para despertar la intriga, primero, y después la indignación. Y es que la carrera de convertirse en presidente del Perú se ha tornado en una aventura incierta, caótica y cada vez más diseñada por intereses ajenos a la voluntad genuina del electorado. En un país donde gobernar es casi un juego a la ruleta rusa, la pólvora de las próximas elecciones 2026 ya empezó, aunque no parece ser un juego limpio: cuando las encuestas no solo miden tendencias, sino que pretenden moldearlas para dejar la mesa servida, es nuestro deber alzar la voz.
El reciente sondeo publicado por CPI sobre las preferencias electorales nos revela mucho más que cifras; de hecho, muestra cómo se construye, desde la numerología, cada vez más cercana a la quiromancia, una realidad artificial donde candidatos legalmente impedidos, políticamente fracturados o estratégicamente silentes, son puestos al mismo nivel que aspirantes viables, para crear una sensación de competencia dispersa, caótica y, sobre todo, conveniente.
Don lagarto Vizcarra, que va primero en la partida con 15.1%, resulta que está inhabilitado para ejercer cargos públicos. El quemado Antauro Humala (la última esperanza del experimento Humala), con 2.3%, sigue siendo una figura polémica, y hace rato que las autoridades judiciales lo han mandado lejos de cualquier competencia electoral. Don Hernando de Soto (que nunca aprendió nada de sus pasadas postulaciones) enfrenta infantiles pugnas internas que le recuerdan que sigue viviendo en el país de la informalidad (creo que mejor quedaría su linda esposa). Verónica Mendoza, cuyo último anuncio de renunciar a su postulación presidencial es lo que mejor ha hecho en su vida política. Carlos Álvarez, otro experimento avivado por sectores de la derecha de la derecha pero no necesariamente la más derecha. Y hasta un López Aliaga, todavía en devaneos pseudoreligiosos y su “chaleco” (por qué esa es la verdadera dirección de su partida, mismo Rafael Santos 2026), Piliph Butters, que no ha empezado con mal pie en medios digitales engullendo todo lo que su bocaza puede meter, esperando su próxima avanzada. Sin embargo, todos figuran como presidenciables en esta “fotografía” electoral.
Pero hay un nombre que destaca en medio de este caos simulado: Keiko Fujimori. En efecto, con un redondito 10.3% de intención de voto, que anima a cualquier alma, y sin haber confirmado oficialmente su participación, Keiko aparece como la única candidata con capital político consistente. Su voto duro y maduro —inquebrantable pero limitado— en esta instancia es suficiente para sostenerla cómodamente en el partidor, pero históricamente insuficiente para ganar una elección presidencial, sea que tengas en frente a un nuevo Castillo (López Chau, Vicente Alanoca?) o a un panetón. Lo curioso es que, al estar rodeada por candidatos inviables o artificialmente promovidos, su figura se beneficia de manera automática, sin gastar capital político, sin debatir, sin exponerse
Así, las encuestas, que deberían retratar la realidad política, parecen en este caso producirla con fines funcionales, y la razón es que el escenario ha cambiado mucho: plata como cancha, minería informal, inseguridad ciudadana, y un Congreso que se ha prostituido tanto que sería la delicia de Don Marqués de Sade. En lugar de reflejar quiénes están en condiciones reales de postular, estas mediciones contribuyen a instalar una narrativa donde Keiko Fujimori se vuelve —otra vez— la opción “posible” en medio de una tormenta de nombres desechables. De modo que una primera lección de esta encuesta, vía RPP (dónde más?) es que ya no es suficiente un voto duro para ganar la próxima elección. Elemental, mi querido Watson.
No es la primera vez de este dejavu, pues ya hemos vivido esto antes: candidatos sin opción real que aparecen para dividir votos, encuestas que inflan ciertos perfiles y medios que dan pantalla a quienes no representan propuestas, sino estrategias soterradas. Esta práctica, lejos de ser inocente, distorsiona la percepción ciudadana en tu cara pelada: al mantener en la competencia a figuras que no estarán en la papeleta, se dispersa artificialmente el voto y se reduce el espacio de crecimiento para otros candidatos. El peligro de esta clarinada es doble. Por un lado, desincentiva la emergencia de alternativas reales, al hacer creer que la competencia está resuelta de antemano; y por otro, alimenta el clima de desconfianza y apatía, pues muchos ciudadanos sienten que su voto no cambiará nada en un sistema donde las cartas ya están marcadas. Es la maldición de los 43 candidatos.
En el Perú, ser candidato presidencial es, cada vez más, una aventura de alto riesgo. No solo hay que enfrentar la fragmentación extrema, la influencia de intereses ilegales como la minería informal y la desconfianza ciudadana, sino también navegar en un mar de encuestas diseñadas para favorecer a unos y desincentivar a otros. En este tablero, el verdadero desafío es lograr que la voluntad popular se exprese sin manipulaciones y que el próximo presidente sea, efectivamente, el resultado de una elección libre, informada y transparente.
Y si el libreto continúa como hasta ahora, todo indica que la segunda vuelta del 2026 volverá a enfrentar al antifujimorismo contra su némesis recurrente. Una historia repetida, con los mismos actores y el mismo desenlace: más polarización, menos futuro.



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