CORONAVIRUS, EL PASO DE LA BESTIA
Por Johnson Centeno.-
UNO. Las pestes que antes sorprendieron al mundo lo hicieron con una carga fulminante de avidez, tragedia y ventaja. Los millones de muertos, pienso en la Gripe Española, se ofrecieron a los anales de la ciencia con el objeto conocer íntimamente al enemigo, desarmarlo, clasificarlo y matarlo. La bestia del nuevo siglo no nos encuentra del todo desarmados: se supone que conocemos hasta los fundillos de toda la familia coronavirus, de otro modo los muertos se hubieran disparado de forma incontrolable. Con lo que no contamos es con su grado de perversión cuando decide mutarse, o cuando se alucina flotar en el aire, como el amor, pero dispuesto a encamarte de un forma innoble y viciosa. Las cifras de contagios en el país hasta ahora, no son nada comparadas con las proyecciones que anuncia el Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades: entre 10,000 y 30,000 para las próximas semanas. ¿Cuántas camas tenemos en los hospitales, cuántos centros especializados, cuántos respiradores y personal médico? Aplicando el comparativo y la capacidad de respuesta de cada gobierno, se determinará el próximo epicentro sudamericano.
DOS. De los diversos modelos que hasta ahora se conocen para enfrentar a la bestia, el gobierno se ha decantado por una mixtura entre el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y el pedido de chepi para tomar aliento y evaluar posibilidades. Su minusvalía no es gratuita sino comprensible: el patético estado de sus servicios de salud, la subestimación de las cuestiones ambientales y la ausencia de profesionales científicos entrenados en nuevas formas de lucha contra enemigos invisibles. A la par, catervas de “ciudadanos” amaestrados en formar colas en los centros comerciales, en una búsqueda heroica de papel higiénico.
TRES. El ulular de las sirenas policiales en las noches de toque de queda, sigue siendo una primitiva pero efectiva manera nocturna de recordarnos el monopolio de la fuerza estatal, que en horas de lucha asoma desde las sombras, atropellando, disparando antes de preguntar. Justo acaban de pasar cuando escribo estas líneas, enrareciendo cualquier pedacito de sosiego. Es la forma que te conminará a recordarles a tus hijos y nietos que alguien lleva el mando, que está legitimado para afectar tus libertades más queridas, tus lecturas, tus empresas, sea en tiempos de paz o de guerra, y que no pocas veces olvida vigilarse a sí mismo, pues entonces sería como un oleo de Goya, parricida, contranatura.
CUATRO. Si el último aliento de esta crisis dependiera del alcalde o del gobernador estamos muertos. Hasta la fecha han demostrado una incompetencia digna del peor contrincante: del que se mea en los pantalones. El alcalde semigobierna el centro histórico, y el gobernador tiene jurisdicción en los límites de la Av. América. No hay especialización en el manejo de este tipo de crisis; mientras ellos miran la dirigencia nacional, Vizcarra los interpela y se queja otra vez de su ineptitud. Si no pudieron con cacos de toda laya, ambulantes, transporte, basura, entre otros temas urgentes, nos guardamos la victoria. Y creo que todos son de APP, porque en medio de tanta incapacidad ya no estoy tan seguro. Que se pongan en la primera línea de defensa, y guarden sus conferencias para el tricentenario.
CINCO. Eco decía que la Internet, en especial las redes sociales, generaban una “invasión de imbéciles”. No solo las redes sociales, vamos, la educación nuestra en general ha dejado se ser una élite de pensadores y estrategas diestros para cualquier batalla. Y así seguimos reproduciéndonos. Esa flexibilidad ha conseguido de pronto buenos soldados oficiosos, pero nos ha privado de mentalidades que vean más allá del horizonte. Las luchas del presente (ya no del futuro) demandan la formación de un nuevo hombre que valore su espacio natural, que no compita solo por una vacuna pensando en sus rentas millonarias, sino que armonice su convivencia con todos sus hermanos.



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