Umberto Eco (1932-2016)



El italiano Umberto Eco fue uno de esos espléndidos puentes entre la academia y la literatura, como quizás no los ha tenido el castellano desde el paso del siglo XIX al XX. Cuando sus novelas empezaron a ganarle una celebridad de narrador, con El nombre de la rosa (1980), Eco ya era mundialmente reconocido por sus trabajos en media docena de géneros intelectuales.

Sus ensayos más conocidos en la teoría de la cultura son La obra abierta (1962) y Apocalípticos e integrados (1964), ambos éxitos fulminantes y duraderos en el mundo universitario. Su otra especialidad, la que subyace con fuerza a casi todo el amplio espectro de su obra, es el arcano mundo de la filosofía medieval europea.

Su enorme erudición estuvo acompañada de un ánimo jovial y de un espíritu lúdico, casi siempre presentes animando sus textos. También será recordado como un gran humorista de gesto serio en la línea de Jorge Luis Borges, capaz de instalar la tomadura de pelo en lugares insospechados.
Por eso también su público no dejó de crecer a lo largo de su vida.

Su predilección narrativa fue por las novelas históricas, a las que él entendió, otra lección borgiana, como capítulos en una imaginativa historia de las ideas. Ninguno de esos textos es de lectura fácil, pero entre todos lograron educar a un público lector entusiasta que lo siguió hasta las listas de bestsellers en numerosos idiomas y países.

Probablemente lo ayudó en el camino a la fama literaria su apego al género policial, en un sentido amplio. Sus novelas son investigaciones de enigmas y creaciones de ambientes misteriosos. Leslie Klinger hoy lo llama en Twitter “un gran sherlockiano”, un epitafio exacto. Se queda corto The New York Times cuando dice que Eco “navegaba dos mundos”.

Fue un maestro de gran eficacia. La obra abierta enseñó a aproximarse a las letras de una manera nueva, indispensable en la modernidad que entonces comenzaba. Apocalípticos e integrados fue una lección decisiva para empezar a comprender las guerras culturales de ese mismo tiempo, y ubicarse en ellas. La estructura ausente (1968) ayudó a aterrizar el estructuralismo.

Eco fue activo en la dinámica política de izquierda de su país, y eso se percibe en todos sus escritos. Le tenía una particular tirria al fascismo, y dedicó su penúltima novela, El cementerio de Praga (2010) a cronicar la naturaleza farsante de la extrema derecha esotérica y racista en la historia europea, sus personajes y sus textos.

El mundo acaba de perder a un personaje de esos que llamamos renacentistas, por la capacidad de no adocenarse en lo establecido y de vencer las barreras del trivium y cuadrivium de las modas intelectuales y literarias.

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