LA PRIMACÍA DE LO POLÍTICO
Los que no se dejan llevar por lo que Dostoievski llamó “la manada única” y Renaud Camus califica como “la dictadura de la pequeña burguesía”, sí ejercen la auténtica libertad de pensamiento. Si las sociedades donde nacieron Edmund Burke, Louis de Bonald, T.S. Eliot, Alexis de Tocqueville, Ernst Jünger, Michael Oakeshott, Russell Kirk, Robert Nisbet, Christopher Dawson o Wilhelm Röpke, hubiesen reprimido el pensamiento de estas personas, sea bajo el pretexto de que eran contrarios a los sentimientos de la mayoría o sea porque se oponían a alguna revolución de moda, el comunismo hubiese triunfado en el mundo y la desoladora ficción de “1984” de George Orwell hubiese dejado de ser una anticipación literaria.
Esos filósofos y literatos combatieron a contracorriente el conformismo político de su época. El conformismo, el miedo a decir lo que se piensa o el deseo de seguir la corriente sin pensar, obedece a causas reales. Tener ideas propias y no seguir a la manada única es malo para los negocios, las carreras profesionales – especialmente las académicas y periodísticas –, y, por supuesto, para la política.
El mayor peligro que nos amenaza hoy es la actual cultura de masas de lo “políticamente correcto”, con su irritada e inquisitorial intolerancia frente a las personas que tienen el carácter suficiente como para postular ideas contrarias a ese conformismo letal, que José Ortega y Gasset describiera premonitoria y magistralmente en “La Rebelión de las Masas”.
En el Perú de hoy, se nos quiere imponer una explicación económica y excluyente de la democracia, cuya efectividad sólo se mediría a través de los índices de crecimiento y las encuestas de opinión, despreciando lo espiritual, lo moralmente cualitativo y toda jerarquía de valores, de ideas y de personas. A final de cuentas, nos dicen estos nihilistas del pensamiento único, no hay nada más que los negocios, las cifras y los balances, aderezados, eso sí, con una llorona y repetitiva retórica que dice clamar por los más pobres. En realidad, estamos confrontados a un nuevo materialismo histórico, que funge de liberal, pero que no es otra cosa que un reduccionismo mecanicista y crematístico; una consecuencia inevitable de mentes desilusionadas que no hace mucho fueron adiestradas por el materialismo histórico marxista.
Los nuevos deterministas insisten agresivamente en que ahora “todos pensamos igual”, con una ansiedad sospechosa que esquiva y silencia todo cuestionamiento filosófico de sus premisas tecno-económicas, pues todo lo han reducido a las cifras de las cuales esperan gran cosa, sino todo. Así como las abejas de un panal actúan instintivamente, ellos esperan que el mercado se sostenga colectivamente por sí mismo manteniendo automáticamente al sistema político/constitucional por inercia o como un simple reflejo animal, consecuencia de la satisfacción de las necesidades materiales de las personas. Según ellos, debemos conformarnos con esta falsa y degradante explicación de la vida política y económica de las naciones.
Pero la verdad es que la vitalidad y fortaleza de una sociedad no está en la posesión de la riqueza – el efecto-, sino en el espíritu y la política que permiten crearla. Esto es, en la defensa abierta y constante de la filosofía política que promueve aquellas virtudes personales y sociales de libertad y responsabilidad necesarias para producir el bien común y la prosperidad. Es la política culta, informada, veraz y dispuesta a la polémica, la que da una solidez histórica y constitucional a la comunidad. Sin principios, no hay ni política ni mercado, sino una selva llena de animales astutos y traicioneros.
Así, pues, es falso que la libertad personal y el mercado se sostengan por sí mismos, sin el pensamiento y el combate políticos. Esta verdad da primacía absoluta a los valores y a lo político sobre cualquier determinismo económico alegado por las fuerzas colectivistas de “lo políticamente correcto” o por sus compañeros de ruta los reduccionistas. Estos determinismos son los peores enemigos de la libertad, y, por eso mismo, resulta obvio que no todos podemos pensar igual. Si hoy enfrentamos tiempos inciertos, esto ha ocurrido tanto por falta de realismo político como por una gran incoherencia ideológica.


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